Anna subía en el ascensor blanco después de la jornada de trabajo. Se encontraba muy nerviosa, los días de prueba acabaron, no había visto a su tía desde la entrevista y, en esta ocasión, iba a reunirse con ella para recibir la respuesta que tanto esperaba.
Cuando entró a la majestuosa oficina, percibió un aroma delicioso a galletas recién horneadas y no pudo evitar sorprenderse al ver que la señora Elisa vestía un traje deportivo color violeta, tenía sus pies cubiertos con unas medias del mismo color, sin zapatos.
—¿Qué esperas para venir hasta acá? —preguntó, Anna se había quedado pegada a la puerta.
—Lo siento —se disculpó enseguida y se aproximó hasta el escritorio.
—Me han llegado rumores de que tu estado de ánimo cada día es peor —señaló cuando Anna estaba frente al escritorio.
—¿Perdón? —preguntó con voz entrecortada y pestañeando muy rápido.
—Siéntate —le ordenó su tía mientras que se sacudía de manera despreocupada unas migajas de galleta—. Me refiero a cambios de humor, asumo que es debido al hombre ese que te dejó en Hawái —opinó con desprecio.
—¿Cómo sabe de Alexander? —preguntó Anna con los ojos bien abiertos, no podía creerlo, ni sus compañeras de trabajo sabían ese detalle.
—Sam me lo contó —respondió acomodando su espalda en el respaldar del asiento.
Anna tardó unos segundos en comprender que se refería a su madre, no por eso dejó de estar más extrañada, ellas no se hablaban desde hacía décadas, ¿acaso ahora hablaban con frecuencia?
»A tu madre le preocupaba mucho que tu rendimiento durante este período de prueba se viera afectado —añadió—. Conociste a Alexander aquí en New York, así que todo te recuerda a él ¿Sabes qué debes hacer?
Anna movió su cabeza de manera negativa.
—Irte —respondió mientras comenzaba a comerse otra galleta.
—¡¿Me está despidiendo?! —preguntó sin poder contener un chillido, parecía que iba a llorar.
—No, no —aclaró la señora Elisa haciendo un gesto despreocupado con la mano libre—. Sí tienes el empleo.
—¡¿De verdad?! —preguntó Anna en el mismo tono de voz.
—Sí, pero te irás a Tokio.
Anna arrugó el rostro, pocas veces en su vida había estado tan confundida.
»Lo he estado pensando, te voy a transferir.
—¿A Tokio? —preguntó Anna.
—Es lo que acabo de decir —respondió.
—Pero... pero eso es en ¡Japón!
—Sé muy bien dónde está —respondió sin inmutarse.
—Pero, pero ¿por qué?, yo... yo no quiero ir hasta allá —se atrevió a decir y se sorprendió de sí misma, no entendía de dónde había sacado la valentía para decir esas últimas palabras contradiciendo a su tía.
—Será solo un mes, dará tiempo de que te recuperes —explicó—. Hay un artículo sobre Tokio que necesito y prefiero la perspectiva de una mujer americana, me ha gustado tu trabajo, sé que te has esforzado mucho. Quisiera enviarte a ti, estar lejos te ayudará a despejar tu mente.
—¿Le ha gustado mi trabajo? —preguntó incrédula.
—Sí. Verás, Anna, hay mujeres, que, como tú tienen talento y saben desenvolverse bien en este trabajo, pero casi siempre las cosas cambian cuando llega un maldito imbécil y le rompe el corazón a una de mis chicas. Yo no puedo permitirme perder empleadas valiosas por asuntos de este tipo —explicaba con gran firmeza—. Yo necesito que, mientras que formen parte de mi empresa, todas trabajen fuerte y me ayuden a hacer esta revista más grande de lo que ya es, por eso, el sueldo es excelente, les doy muchas oportunidades y beneficios, además de unas vacaciones por las que muchos matarían.
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El ángel de su alma gemela © [DISPONIBLE EN FÍSICO]
RomanceA los veintinueve años, Alexander no es capaz de mantener una relación que sobrepase más de una noche; para él, la idea de comprometerse es absurda. Una mañana conoce a Anna, una hermosa pelirroja, y al instante desea saber todo sobre ella. Justo cu...