La noticia de la partida de Anna fue recibida con tristeza, la mayoría de sus compañeras profesaron un gran asombro y miedo al enterarse. Ninguna de ellas envidiaba su situación, no es lo mismo ir una semana a Tokio de vacaciones con amigos o familiares, que ir un mes a trabajar, y sin compañía.
—Tenemos que hacerte una despedida —dijo Amanda en un esfuerzo por subirle los ánimos a todas y a Anna que se mostraba más aterrada que ellas—. Vámonos a comer.
Todas asintieron con aparente alegría.
El grupo de mujeres se trasladó a una pizzería, esa noche tampoco tenían dieta que cumplir. Comieron hasta que no pudieron más, lo que causó que tuvieran que quedarse, casi un par de horas, charlando sentadas alrededor de la mesa hasta poder ponerse de pie.
Anna observaba cómo Amanda contaba los billetes que todas, a excepción de ella porque era la invitada, le habían entregado. Se preguntaba por qué no salía con ellas más a menudo, cuando Amanda terminó de contar y dijo algo en voz alta que le heló la sangre, allí estaba su respuesta.
—Bueno, chicas, ya hemos descansado suficiente, vamos a beber —anunció muy alegre—. Hay un nuevo bar aquí cerca, yo no he ido, pero una amiga me dijo que es muy bueno —agregó al tiempo que se ponía de pie.
Todas la imitaron al instante, solo Anna dudó unos segundos antes de levantarse, temió que, por ser viernes, sus amigas extendieran la celebración hasta la madrugada, no había olvidado lo que le ocurrió la última vez que bebió.
El bar era muy moderno y limpio. La música estaba de acorde al sitio, y daba una sensación agradable. Estaba repleto de gente, la mayoría parecía estar divirtiéndose, solo unos pocos se veían despechados o preocupados.
Anna bebió esa noche como nunca en su vida; es decir, unos pocos tragos más que la vez anterior. Ahora sí estaba segura de que no le gustaba el sabor del alcohol, mucho menos el malestar que le dejaba, sin embargo, se rehusaba a rechazar los ofrecimientos de sus amigas, después de todo fueron a beber hasta ese lugar por ella, aunque nunca le hubieran preguntado si le agradaba la idea.
Pronto empezó a sentirse mareada, entonces recordó que había dicho que, para la próxima vez, tendría un par de bolsas listas en caso de una emergencia, pero la noticia de su partida la tomó desprevenida, y Amanda también al invitarla, pero tenía que aceptar que esa noche parecía la única opción, tendría que comenzar a alistar las maletas al salir el sol.
Estaba perdida en pensamientos, trataba de ignorar todo a su alrededor, quería concentrarse en algo que no fuera el malestar. No obstante, pensar en el repentino viaje no hacía otra cosa, sino alterarla. Entonces, sin avisar nada, corrió al baño seguida de sus amigas y no tardó en vomitar.
Anna agradeció en su mente que Amanda le sostuviera el cabello mientras que se desahogaba, apenas podía moverse, todo le daba vueltas y casi no podía mantener los ojos abiertos.
—Cariño, no debiste de haber tomado tanto —le dijo Amanda.
—Pero... en realidad no bebió demasiado —señaló una de las chicas.
—¡Shhh! —la mandó a callar Amanda.
Después de que Anna expulsó todo lo que pudo de su cuerpo, sintió que ahora sí se iba a desmayar. No podía sostenerse por sí sola, a falta de asiento, sus amigas la dejaron caer con suavidad en el piso cerca de la puerta, y actuaron enseguida, le sujetaron el cabello en una cola, sacaron del bolso de una de ellas un paquete de toallitas húmedas y le limpiaron el rostro, otra sacó un paquete de mentas y una botella de agua, y entre tres la obligaron a que bebiera y masticara una buena cantidad para que se quitara el mal sabor de la boca. Anna hubiera agradecido las atenciones, pero apenas era consciente de lo que ocurría.
En eso, una de ellas, la más dramática del grupo, dijo que había que llamar a una ambulancia.
—¡No exageres! —exclamó Amanda sorprendida—. Ella está bien. Es solo que al parecer no tolera bien el alcohol.
—Anna, querida, ¿te llevamos a tu casa?
—¿Dónde vives? Pediremos un taxi.
—Anna, has un esfuerzo y contesta, ¿quieres que llamemos a alguien? —pidió Amanda con seriedad, tratando de llamar su atención.
—James... Llama a James —dijo Anna en voz baja.
—De acuerdo —respondió Amanda—. A ver..., James, James... —repetía mientras que hurgaba en el bolso de Anna para tomar su teléfono.
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El ángel de su alma gemela © [DISPONIBLE EN FÍSICO]
RomanceA los veintinueve años, Alexander no es capaz de mantener una relación que sobrepase más de una noche; para él, la idea de comprometerse es absurda. Una mañana conoce a Anna, una hermosa pelirroja, y al instante desea saber todo sobre ella. Justo cu...