Anna despertó de muy buen humor, había logrado descansar, la cama era cómoda, con sábanas gruesas y diversidad de almohadas, se ajustaba a las necesidades de cualquiera.
Fue cosa de pocos segundos lo que tardó en darse cuenta de que, por primera vez en un mes, no había soñado con el «ángel», no podía pedir más, una verdadera noche reparadora.
Para completar el mágico despertar, la luz del sol entraba por la ventaba dando una agradable sensación de calor ese domingo, un nuevo día apenas comenzaba, ella estaba en el maravilloso Hawái y no pudo evitar sonreír. Se dio la vuelta para compartir su alegría y, al ver la cama vacía, su sonrisa desapareció.
El televisor estaba encendido en el mismo canal, y se dio cuenta de que no recordaba que Alexander hubiera regresado la noche anterior. Se llevó la mano a la frente al entender que se había quedado dormida esperándolo, no sabía cuánto tiempo pasó antes de dormirse, pero era común que conciliara el sueño con rapidez.
—¡¿Alex?! —llamó en voz alta.
No tuvo respuesta, quitó el volumen al televisor y volvió a llamarlo mientras se ponía de pie.
—¡¿Alex?!
Nada.
Anna se levantó de la cama, acomodó su cabello en una cola alta y se dirigió al balcón. Alexander no se encontraba allí. Miró hacia abajo, entre las pocas personas que distinguió tampoco estaba.
Se dirigió entonces a la puerta del baño.
—Alexander, ¿estás allí? —preguntó después de tocar tres veces.
Anna sentía que el silencio la aturdía, ni un ave se escuchaba.
Abrió la puerta, y al no encontrarlo tuvo el presentimiento de que algo malo había ocurrido la noche anterior, tal vez la llamada había sido por algún problema muy serio en el trabajo.
«No, no puede ser nada grave», pensaba tratando de calmarse.
«No pudo haberse ido sin mí, y en caso de que sí, me hubiera avisado, de seguro anoche volvió y como me encontró dormida no quiso despertarme. No pasa nada, voy a darme una ducha».
Tras haberse bañado, se vistió con la bata del hotel, blanca e impecable. Había tardado algo de tiempo, estuvo lavando su cabello que tenía restos de arena.
Salió de nuevo al balcón, esta vez a contemplar la vista mientras peinaba su cabello, pero no la estaba disfrutando.
¿Dónde estaba Alexander? Ya era hora de preocuparse.
¿Estaría buscando el desayuno? ¿Por qué no había pedido servicio a la habitación? No tenía sentido.
Se digirió a la mesita de noche para llamarlo a su celular. Lanzó sin cuidado el peine sobre la cama para luego tomar el teléfono, y se dio cuenta de que, sobre la libreta de notas, aquella de la que algunos hoteles suelen disponer para sus huéspedes por si tienen que anotar algo, había una hoja doblada por la mitad con el nombre «Anna» escrito en letras grandes. ¿Era una sorpresa o la explicación de su desaparición? La abrió y empezó a leer con nerviosismo, sin saber qué esperar.
Anna, no me atrevo a decirte en persona que la verdad es que no busco algo serio. Es mejor terminar ahora, antes de que algo suceda y salgas lastimada. Por favor, no me busques.
Miró alrededor y notó que la maleta de Alexander y sus pertenencias no estaban. Entonces fue como si Anna no hubiera podido resistir el peso de la nota por estar escrita en una tabla de piedra en lugar de una simple hoja de papel, pues dejó que la mano que la sostenía la soltara y cayera al piso mientras ella miraba al vacío.
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El ángel de su alma gemela © [DISPONIBLE EN FÍSICO]
RomanceA los veintinueve años, Alexander no es capaz de mantener una relación que sobrepase más de una noche; para él, la idea de comprometerse es absurda. Una mañana conoce a Anna, una hermosa pelirroja, y al instante desea saber todo sobre ella. Justo cu...