-¿Estás sorda o qué?-me pregunta gritando el entrenador.- ¿Eres consciente del castigo que te puede caer? Y no solo eso, si no lo que puede provocar ese castigo. Pueden hacer cualquier cosa.
Está fuera de sí, ha pedido que me dejaran hablar con él antes de imponerme el castigo. Se ha vuelto loco cuándo ha visto a los agentes entrar en el gimnasio tirando de mí. Le ha costado convencerles, pero le han dejado unos minutos, están esperando fuera. Se acerca y me quita el arma del cinto.
-¡Eh!-me quejo intentando recuperarla, pero es más rápido que yo.
-¡Spencer! Lo único que falta que es descubran que te has guardado el arma. ¿Prentendías matarles o qué?-dice mirándome como si se compadeciera de mí. Suspira y se la guarda en la sudadera.-Se la daré a Austin para que te la guarde ¿vale?-susurra.
Asiento y me dirigo hacia la puerta. Nunca me habían sacado de un entrenamiento aunque, supongo, se han hartado de llamarme la atención. Pero son unos exagerados, unos controladores asquerosos que disfrutan en el poder. Creo que nadie ha intentado revelarse contra ellos, pero si se ponen así por está tontada, por una muestra de humanidad hacia un compañero, no quiero ni imaginarme qué harán con quién intente revelarse. Los guardias me ven salir y se acercan para sujetarme lo más rápido que pueden.
-Tranquilos, puedo andar solita.
Uno mira al otro cómo preguntándole qué hacer. El otro me mira, noto en su mirada qué está cabreado. Mira al otro y niega. Los dos se acercan y me cogen por los brazos ahora más fuerte que antes.
-Aunque me parece una buena opción guardar fuerzas para el entrenamiento. Gracias por preocuparos por mi salud.
El guardia de la mala leche me aprieta más fuerte el brazo, abre una puerta y me mete dentro. Para mi sorpresa no hay nadie. Me esperaba un despacho muy profesional pero, claramente, no van ha llevarme ante el jefe supremo de todo. Cobardes.
-Spencer, te vamos a gastar el nombre.-dice, cómo no, el altavoz. Cómo me gustaría saber quién está detrás de él siempre.
-Seguro que os encargáis de buscarme otro nuevo y qué nadie se de cuenta.
Se oye una risa seca a través del altavoz.
-No te pases, chica. Ya te has pasado de la raya varias veces, hemos sido amables y te hemos avisado. Pero bueno, si te gustan los castigos es cosa tuya.
-Soy masoquista. Mira por dónde, creo que es una de las pocas cosas qué no controláis en mí.
De repente cae una cascada de agua helada de una compuerta en el techo que había pasado por alto, y me calo hasta los huesos.
-A ver cuándo aprendes de una vez, niña.-dice el altavoz, orgulloso de verme congelándome.
Será mejor que me calle, si no quiero acabar con la familia de Austin. O si no quiero que se ocupen de la mía también.
-Chica lista.-dice el altavoz al ver que no hablo más.-Escúchame, esta vez vamos a ser generosos contigo. Sólo porque nos eres muy útil en el sector policial. Pero a la siguiente vez que hagas una tontería, prepárate. ¿Te ha quedado claro?
-Cómo el agua, señor.-digo y al segundo me doy cuenta de que estoy calada y me entra la risa.-Nunca mejor dicho.
-¡Cállate de una vez!-grita y ahora sí no digo nada más. Estoy totalmente cagada. Claro que nunca lo reconocería en alto.-Cómo castigo vas ha trabajar hasta las 11 de la noche durante una semana, sin descansos.
¡Hasta las 11! ¿Qué explicación le voy a dar a mis padres? ¿Y el partido de Dylan? Me pongo nerviosa sólo de saber qué me voy a buscar una buena bronca. Pero eso no es lo peor, lo peor es saber qué van ha hacerme muchas preguntas cuándo vuelva a casa y probablemente me castiguen, Pero tendré que salir para ir a trabajar y entonces me volverán a castigar cómo me pillen o llegaré tarde al trabajo y me castigarán aquí. Pff menudo embrollo.
-¡Pero no podéis hacer eso!
-Claro que podemos, lo acabo de hacer.-dice con voz satisfactoria.-Ahora, vuelve a tu entrenamiento.