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Miraba con disgusto aquel alimento.

Sabía que no había hecho aquello su madre.

Y la entendía, ¿quién podría cocinar con aquellas manos?

Aquellas manos, tan débiles y maltratadas.

Sólo usadas para esconder su hermoso rostro lleno de ojeras a causa del cansancio.

Su madre era una mujer muy bella.

A pesar de que se encuentre manchada de su sangre y repleta de heridas, lo era.

A pesar de todo ese dolor acumulado, lo era.

A pesar de encontrarse sin motivos para continuar existiendo, lo seguía siendo.

Piensa, deprímete, suspira. Un ciclo que en Seokjin siempre se repetía.

Suspiros acompañados de juegos con la fría y artificial comida que estaba acostumbrado a dejar.

Estaba tan acostumbrado a sentarse solo, ser el sobrante de una de las blancas mesas del comedor de su universidad.

¿Es qué jamás podrá ser un chico normal?

Encadenado a un triste destino: ser acompañante de la melancolía.

Pero, ¿por qué sonreía ahora mismo?

¿Por qué a pesar de todo ocultaba la realidad a través de una máscara?

Qué falso eres SeokJin, muy falso, poco honesto.

O eso se decía en este instante. 

¿Por qué no se permitía ser feliz?

La cabeza del castaño era un jodido desastre, y jamás sería lo contrario. 

Jamás sería feliz, y era su culpa.

No, era culpa de la vida. 

—  Somos jóvenes, hay que vivir la vida, antes de que te arrepientas. La vida es sólo una.

¿Por qué esa frase lo torturaba tanto pero lo hacía sentir aliviado? 

Jin, vayámonos de aquí, seamos libres juntos.  

¿Por qué jamás se libraría de él?

Pero él mismo sabía la respuesta.

Sabía que cada vez que abriera y cerrara sus ojos se encontraría con los de él.

Tales como dos carbones.

Oscuros, con un fuego en su interior.

Capaces de penetrar el alma humana y llenarla a su vez.

Capaces de mostrar quién es el que manda.

Extrañaba sus labios, lo cálido que se sentía el roce de estos con los suyos.

Extrañaba la sensación de sus manos recorrer por su cuerpo.

Los suspiros acompañados de los buenos sentimientos que apoderaban su ser.

Extrañaba sentirse amado, aunque no lo admitía.

Pero se había ido.

Dejándolo solo frente al cruel mundo en el cual sólo había nacido para sufrir.

Había perdido al chico que lo hacía sentir vivo. Su pequeño.

Había cerrado sus ojos una noche fría en cuatro paredes blancas de una habitación sin vida como él.

Su imagen cada vez se hacía más borrosa, pero su presencia continuaba ahí.

Tatuado en su memoria, incapaz de desaparecer.

Recordaba la reacción del hombre el cual de hacía llamar su padre.

Su rostro de burla frente a la situación.

Su rostro de pura felicidad al saber que el hijo de su esposa ya no estaría más con ese "maricón".

Las palabras hirientes, más hirientes que aquellas marcas que decoraban su cuerpo. 

Oh, querida mujer, ¿cómo no te diste cuenta del tipo de hombre que era?

Cegada por la belleza exterior, sin saber lo podrido que estaba en su interior.

"Vuelve, pequeño, vuelve." 

Gritaba con desesperación. 

Pero las palabras se perdían en el aire. 

¿Por qué no se perdía en él también?

Creía que nadie lo volvería a escuchar.

Que solo siempre iba a estar. 

Y ahí, donde estaba ese alimento frío que botó hace unas horas, se debía encontrar. 

¿Otra vez aquí?

Y lo vio nuevamente, con la cerveza en su mano que no le gustaba que bebiera. 

Deberías dejar de beber. No me gusta que la gente lo haga. 

Y lo vio alzar una ceja una vez más, sentándose a su lado. 

¿Qué más importaba si le comentaba sus problemas nuevamente al moreno chico del otro día?

loveless | namjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora