Sixteen Guns (Bill)

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Ah, la agonía. Siempre me pareció algo delicioso. La desgracia reflejada en los rostros, las caras de pavor y los gritos, ¡por Axolotl! El aullido desenfrenado que brota de sus labios sin que pueda evitarlo, porque el dolor es tan grande y tan intenso que ya no posee poder sobre su propio cuerpo, me llena el alma y me produce una sensación de calma, de bienestar. De alegría.

Termino de dar descargas eléctricas a Sixer. Sale humo de su ropa y jadea incansablemente, su respiración es entrecortada. Alzo mi ceja, expectante.

—¿Vas a hablar ahora?

—No lo haré —balbucea en voz muy baja. Luego toma aire y se atreve a mirarme al ojo —. No entrarás a mi mente.

Testarudo.

Miro a mi alrededor a todos mis secuaces, que contemplan tan ansiosos como yo el estado del único humano.

—¿Qué dicen, chicos? ¿Otros quinientos voltios?

Nadie llega a responderme; un enorme cocodrilo irrumpe por una ventana, y antes de que pueda hacer algo, éste sale y me permite ver a la Cabaña del Misterio con brazos y piernas. Parece un enorme robot, posiblemente idea de Fiddleford McGucket, hecho por todos los pueblerinos que aún no han sido convertidos en piedra.

Lo que me deja, entre otros, a Fez, Signo de Pregunta, Bolsa de Hielo, Llama y Estrella Fugaz.

Y Pino.

Y tú.

¿Estás bromeando, verdad? ¿Cómo crees que eres capaz de vencerme? ¿Mabelandia te afectó la cabeza?

Una vocecita dentro de mí me dice que tenga cuidado, que has logrado luchar contra Mabelandia y que tal vez seas una amenaza para mí. La ignoro. Como un viejo dicho dice: habrás ganado una batalla, pero no la guerra. Esto recién comienza, Pino. No podrás escapar.

Hago una seña a mis secuaces. Ya saben qué hacer.

Ellos comienzan a correr/volar/saltar, y salen de la pirámide para rodear el robot, que los mortales bautizaron como ShackTron. Me acerco un poco, para ver si te encuentro, pero no lo hago.

Signo de Pregunta toma un micrófono y anuncia que vienen en son de paz, que solo quieren a Ford. Que si no se los devolvemos, tendrán que pelear.

No puedo evitar reír. Parecen niños jugando a los superhéroes.

Los monstruos no lo dudan, y salen corriendo/volando/saltando en dirección al robot, que se pone en guardia. Esto será divertido.

Pyronica llega primero, pero, para mi sorpresa y la de muchos, el ShackTron la derriba sin mucho esfuerzo. Lo mismo pasa con los demás que intentan atacar. Dentro de diez minutos, ya no queda nadie en pie.

Abro mi ojo con demasiada sorpresa y, en parte, furia. ¿Cómo un simple grupo de mortales pudo vencer a todos mis monstruos?

Creo que te subestimé un poco, Pino.

—¡Excelente, Dipper y Mabel! —grita Stanford a mis espaldas.

Lo miro de reojo. Está entusiasmado y una gran sonrisa le adorna el rostro. Sus ojos expresan alegría y alivio al mismo tiempo, junto con un tercer sentimiento del que aún no estoy muy seguro, pero que podría ser cariño.

Bingo.

—Esos niños te quieren —digo, más para mí que para él. Me doy la vuelta y lo miro a los ojos —. Y tú los quieres a ellos, ¿no es así?

Su sonrisa flaquea al instante y la preocupación lo invade. Aprovecho eso para decir:

—Tal vez verlos sufrir te haga hablar...

—¡No! ¡Los niños no! —grita, desesperado, pero su voz se pierde al momento que lo convierto en piedra por segunda vez.

—Acabemos con esto.

Twenty-one Guns [Platonic BillDip]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora