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Tenía el peor defecto de todos.

La curiosidad.

Si tan sólo no hubiera metido mis narices en donde no debía, tal vez estuviera viviendo una vida normal como una adolescente de diecisiete años. Pero era tan difícil no sentirse atraída hacia mi vecino de al frente.

Denzel Hicks era todo un enigma.

Era tan sólo una niña cuando lo vi por primera vez.

En ese tiempo la casa de al frente estaba en venta y una familia la había comprado. Las amigas de mamá hablaban de la familia de al frente. Era el chisme de la semana. Algunas afirmaban siempre escuchar gritos de los padres, o veían al padre siempre en las madrugadas venir ebrio. La señora Eleonor afirmó con seguridad que un día vio como el señor pegaba a su esposa. Yo nunca los había visto, debido a que a mí madre me decía que me mantenga alejados de ellos ya que eran problemáticos.

En ese tiempo la familia Hicks era todo un misterio.

Hasta que un día todo cambió.

Un martes por la noche, la casa de los Hicks estaba rodeada de ambulancias y patrullas. Las luces de los autos de la policía hicieron que abriera los ojos y saliera a ver por la ventana que estaba sucediendo. Era todo un caos. Vi a través de mi ventana como unos señores cargaban en una manta el cuerpo de alguien. Detrás venía el señor Hicks con esposas en la mano. Y lo que más me llamó la atención fue que en medio de todo ese caos había un niño pelinegro mirando la escena sin ninguna expresión en su rostro. En aquel instante, algo en mi corazón había dolido. Toqué la ventana tratando de entender el porqué de aquella mirada tan vacía.

Justo en ese momento mamá había entrado a mi habitación. Me cargó y me dijo que no viera afuera, que no era algo adecuado para una niña de seis años.

A la mañana siguiente todo el mundo hablaba sobre el incidente que pasó en la noche. Papá decía molesto que el señor Hicks merecía la muerte. Yo estaba aún confudida. ¿Quién era aquel niño? Y mi curiosidad fue resuelta cuando mamá habló.

- Ese pobre niño no merece vivir así por culpa de sus padres.

Cayó como una balde de agua fría sobre mis hombros. No podía imaginarme que aquel niño era hijo de los señores Hicks. De una manera me sentí culpable, si tan solo hubiera ido hacia esa casa a presentarme y pedir permiso a sus padres para que sacaran a su hijo a jugar con nosotros. Todo ese tiempo de seguro se sintió tan solo.
A pesar de que nunca hablé con el, una parte de mí se encontraba preocupada. ¿Ahora quién iba a cuidar de él?

Como si alguien allá en algún lugar me haya escuchado, después de una semana llegó una chica muy bonita junto con el pequeño pelinegro en un auto amarillo. Tenían en sus manos maletas. La rubia y el niño entraron a la casa como si nada. Las amigas de mamá empezaron a hablar otra vez de ellos como: « ¿Cómo pueden volver a ese lugar de nuevo?» «Esa señora debe de estar loca» «Pobre niño» y más cosas.

Esa vez me prometí a mí misma que tenía que invitarlo a jugar. Un día en la tarde todos los niños del vecindario se reunieron a jugar. Yo fui de frente a la casa de los Hicks. La rubia me recibió con una sonrisa preguntándome quien era, le respondí que era la vecina de al frente y que si podía dejar salir a su hijo. Ella rió y me aclaró que no era su hijo, sino, su hermano menor y también dijo que:

- Lo siento, pero Denzel es alguien que no le gusta entablar amistad con los demás. Le gusta mantenerse encerrado en su habitación.

Con una despedida me fui de allí y vi hacia el segundo piso. Había una habitación que estaba cerrado con cortinas cremas. Vi que las cortinas se abrieron un poco y el pelinegro se encontraba allí observándome. Lo que hice fue darle una sonrisa y saludarle con mi mano. Él me observó por un momento y cerró las cortinas.

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