I Introducción

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Ninguno conocía su historia —Ellos, sus compañeros de la Junta, menos que nadie. Él era su "joven misterio," su "gran nacionalista" y quien a su manera trabajaba arduamente para la próxima Revolución Mexicana, tanto como ellos. Se habían tardado en admitirlo, porque a ninguno de la Junta le agradaba. El día en que se unió como colaborador, en su primera vez en esas reducidas y ajetreadas oficinas ellos sospecharon que podría tratarse de un espía —alguno de los que se usaban como instrumentos al servicio secreto de Díaz. Además muchos de sus camaradas se encontraban en prisiones civiles y militares alrededor de los Estados Unidos; otros de ellos, encadenados, eran llevados a la frontera para ser puestos en aquel paredón de adobe y ser fusilados.

A simple vista el joven no les causo impresión favorable. Sólo era eso, un chico. No tenia más de dieciocho años y tampoco era muy desarrollado para su edad. Dijo llamarse Felipe Rivera y que su deseo era trabajar para la revolución. Y eso fue todo... ni una palabra más, ninguna explicación adicional. Se quedo esperando de pie. En sus labios no asomaba sonrisa alguna, ni cordialidad en sus ojos. El corpulento y decidido Paulino Vera sintió escalofrío en su interior. Delante tenía algo execrable, escalofriante, inescrutable. Había algo tóxico parecido al veneno de serpiente en los ojos negros del chico. Ardían como fuego, gélidos, con una infinita y concentrada amargura. Pasaron como un relámpago desde los rostros de los conspiradores a la máquina de escribir en la que se afanaba la diminuta señora Sethby. Sus ojos se posaron en los de ella, pero sólo un instante —la señora Sethby se había aventurado a levantar la vista —, y también ella notó ese algo irreconocible que la obligó a detenerse. Tuvo que volver a leer el papel que tenia delante con objeto de recuperar el hilo de la carta que estaba escribiendo.

Paulino Vera miró interrogante a Arrellano y a Ramos, éstos a su vez se miraron interrogantes entre si. Indecisión y duda asomaba a sus ojos. Aquel chico delgado era lo Desconocido, con todo el peligro que representa lo Desconocido. Era un tipo extraño, con algo que estaba mas allá del alcance de aquellos revolucionarios honestos y sencillos cuyo feroz odio hacia Díaz y su tiranía, después de todo, no era más que la de unos honrados y simples nacionalistas. Pero el chico poseía algo más, y ellos no podían identificarlo. Sin embargo, Vera, siempre el más impulsivo, rompió el fuego.

—Muy bien—dijo con frialdad —. Así que lo que quieres es trabajar para la revolución. Bien. Quítate la chaqueta. Puedes colgarla ahí. Ven, yo te enseñaré dónde están las cubetas y fregadores. El suelo está sucio. Te pondrás a limpiarlo, y luego limpiarás el suelo de las demás habitaciones. Las escupideras necesitan una buena limpieza. Luego están las ventanas.

—¿y eso será por la revolución? —preguntó el chico.

—Será por la revolución —respondió Vera.

Rivera miró con fría desconfianza a todos los presentes, luego procedió a quitarse la chaqueta.

—Está bien —dijo.

EL MEXICANO | Jack LondonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora