III parte 2

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Robert sorbió su whisky con soda y se explayó:

—Nunca te he contado cómo descubrí a ese chico. Fue hace un par de años. Apareció por el barrio. Yo estaba preparando a Prayne para su combate contra Delaney. Prayne es un desalmado. No hay ni una gota de misericordia en todo su cuerpo. Machacaba a los sparrings que daba miedo, así que no encontraba a nadie que hiciera entrenamiento con él. Entonces me había dado cuenta de este pequeño chico mexicano muerto de hambre que andaba por ahí, y estaba desesperado. Así que lo agarré, le puse unos guantes y lo subía al ring. Era de cuero macizo pero estaba débil. Y no conocía ni el ABC del boxeo. Prayne lo hizo añicos. Pero él aguantó dos terribles asaltos antes de caer. Hambre, se trataba de eso. ¡Machacado! Ni lo hubieras reconocido. Le di medio dólar y lo invité a comer. Tenías que haberlo visto, parecía un lobo hambriento. Llevaba un par de días sin probar bocado. Supuse que era el final y no lo volvería a ver. Pero al día siguiente apareció de nuevo, magullado sí, pero decidido a ganarse otro medio dólar y la comida. Y lo iba haciendo mejor al paso del tiempo. Un luchador nato, eso es, más allá de lo creíble. No tiene corazón. Es un trozo de hielo. Y nunca desde que lo conozco habló dos frases seguidas. Él cierra la boca y hace su trabajo.

—Ya lo he visto —dijo el secretario—. Ha peleado muchas veces para ti.

—Todos los tipos que entreno, grandes y pequeños han cruzado guantes con él —respondió Roberts—. Y él ha aprendido de ellos. He visto que a algunos los podría derribar. Pero su corazón no estaba en eso. Se diría que nunca le ha gustado boxear. O eso parecía.

—En estos últimos meses ha estado peleando con algunos de los clubes de poca importancia —dijo Kelly.

—Eso es. Pero no sé que le ha dado. De repente algo le volcó el corazón. Fue como un capricho, pero se deshizo de todas las figuras locales. Parecía necesitar dinero, y ganó bastante, desde luego, aunque por su ropa no lo parezca. Es un tipo raro. Nadie sabe a qué se dedica. Nadie sabe en qué emplea su tiempo. Incluso cuando esta entrenando, a veces desaparece la mayor parte del día tan pronto como ha terminado lo que debe hacer. En ocasiones desaparece durante semanas. Y nunca da aviso. Hay una fortuna esperando para el que se haga su mánager, pero todavía no se ha decidido a considerarlo. Y ya verás cómo se lanza sobre el dinero en cuanto arreglemos los términos.

En ese momento llegó Danny Ward. Aquello parecía una fiesta. Con él venían su mánager y su entrenador y él llegó derrochando amabilidad, buen humor y encanto. Hubo felicitaciones, una broma por aquí, un chiste por allá, sonrisas por todos lados. Era su modo de ser, y sólo en parte sincero. Ward era un buen actor y había encontrado en la amabilidad un activo muy valioso en el juego de progresar en el mundo. Pero debajo estaba el luchador deliberado, de sangre fría y un hombre de negocios. Lo demás era una máscara. Quienes lo conocían o tenían tratos con él decían que cuando llegaba a lo que en verdad le importaba se convertía en Danny el Implacable. Invariablemente estaba presente en todas las discusiones de negocios, y algunos apuntaban que su mánager sólo le servía de pantalla cuya única misión consistía en servir de portavoz a Danny.

El aspecto de Rivera era muy distinto. Sangre india tanto como española, corría por sus venas y estaba sentado en un rincón, inmóvil y silencioso. Únicamente sus ojos negros iban de un rostro a otro percibiéndolo todo.

—Así que éste es el tipo —dijo Danny, lanzando una mirada evaluativa a su posible contrincante—. ¿Cómo te va, amigo?

Los ojos de Rivera brillaron venenosamente, pero no dio señales de haber oído. Le desagradaban todos los gringos, pero a este lo odiaba con una intensidad que incluso a el mismo le resultaba inusual.

—¡Vaya! —protestó alegremente Danny dirigiéndose al promotor—. Supongo que no esperarás que pelee con un sordomudo.

Cuando su risa se apagó realizó otro intento —Muy mal deben andar Los Ángeles cuando esto es lo mejor que pueden ofrecer. ¿De que jardín de niños lo sacaron?

—Es un buen chico, Danny, créeme —se defendió Roberts—. No es tan poca cosa como parece.

—Y ya hemos vendido la mitad de las entradas —declaró Kelly—. Tienes que aceptarlo Danny. Es lo mejor que pudimos encontrar.

Danny lanzó otra mirada distraída y poco aprobatoria sobre Rivera y suspiró.

—Deberá ser fácil para mi, supongo. Con tal de que no vuele en mil pedazos.—Roberts resopló.

—Debes tener cuidado —advirtió el mánager de Danny—. No te arriesgues con un novato que a lo mejor te atina un golpe con suerte.

—Oh, bueno, tendré cuidado, de acuerdo, de acuerdo —sonrió Danny—. Le tendremos preparada una enfermera para después de la diversión del público. ¿Qué te parecen quince rounds, Kelly?... y le preparas la camilla.

—De acuerdo —fue la respuesta—. Siempre y cuando lo hagas parecer real.

EL MEXICANO | Jack LondonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora