Cap 1

15 0 0
                                    

Mamá, escuela, amigas, tareas, comer, ver tele, dormir… lo básico, era lo único que hacía y por lo que me preocupaba; no había nada extraño en mí, solo me la pasaba en la escuela tratando de sobrevivir día con día; mis amigas  ponían algo de emoción a todo esa rutina, que, en general  era aburrida, como casi todas las demás.
La vida que antes tenía podía soportarla, pero después de  lo que me pasó todo cambió, de un día para otro literalmente;  ahora tendré que aprender a vivir con eso lo que me resta de vida; y créanme que será más tiempo del que se imaginan.

Un par de días después de la visita a mis abuelos, desperté muy temprano, cualquier ruido desde fuera me incomodaba y resonaban en mis oídos como si fuese emitido muy cerca de mí, pero me costó trabajo abrirlos ojos, después de noches en vela soñando con lo que sucedió era casi imposible tratar de levantarme de la cama, por más que quería no podía alejar ese evento de mi cabeza, estaba cansada y me sentía a morir. Era un total tormento permanecer despierta por días y noches sin poder descansar.
Cuando el ruido se volvió insoportable y los recuerdos nublaron mi mente  abrí mis ojos y me  quedé acostada mirando a la nada, estaba molesta, ya no lo soportaba, mi cabeza estaba a punto de estallar, era  un dolor insoportable de toda una semana sin poder quitármelo con pastillas; mi estómago era un revuelto por tantos olores que percibía; mi cuerpo era sensible a cualquier minúsculo dolor o tacto; sentía mis ojos quemarse cada vez que el sol resplandecía en lo más alto del cielo y no podía disfrutar de cualquier comida porque podía percibir cada elemento en ella pero con el triple de concentración… aquello era un asco.
Cada día me reprochaba a mí misma no haber obedecido a mis abuelos porque de haberlos escuchado mi condición sería otra.
Después de un rato acostada, la alarma del reloj sonó tan repentina y atronadora  que tuve  que cubrir mis oídos casi aplastando mi cabeza. Me apresuré al buró y la apagué inmediatamente, luego mis oídos zumbaban y me sentía atontada.
-¡Apúrate! se te hará tarde para la escuela. –Mi madre gritó al otro lado de la puerta.
-En seguida bajo- Dije al momento que salí de la cama.
Me dirigí al baño a darme una ducha y ese era otro problema, cada vez que me bañaba el agua tenía que estar templada, ni fría ni caliento o sino mi cuerpo  la sentía al doble de la temperatura. Saliendo, cepillé mis dientes, arreglé mi cabello, lo dejé suelto mientras se secaba y me dirigí al armario para encontrar algo decente que usar, jeans, tenis, una camisa cualquiera y una sudadera era lo que utilizaba entonces. Traté no hacer mucho ruido para no despertar a mi perro que dormía plácidamente bajo la cama. Bajé para encontrarme con mi madre ya en el carro.
Durante medio camino a la escuela no hablamos, solo me quedé viendo el cielo que, para suerte mía, estaba nublado, pero mi madre rompió con el silencio.
-Hija, cuéntame ¿Cómo te la pasaste con tus abuelos? Llegaste hace dos días y no me has dicho nada.- Su comentario hizo que recordara con más claridad  aquella horrible tarde.
Y una vez más aquella voz en mi conciencia me reprendía por no obedecerlos y haber salido de su casa sin su permiso.
-Evelyn ¿No me vas a contar?
-¿Le subiste el volumen a mi alarma? –Despegué mi cabeza de la ventana para voltear a mirarla.
-No,  siempre ha estado en volumen bajo, pero no evadas mi pregunta.
-Bien, mamá, me la pasé bien. –Dije volviendo a mirar al cielo.
-¿Qué tienes? –Insistió mi madre con un tono más preocupado.
Me erguí y forcé una sonrisa para luego mirarla.
-Nada, es solo que estoy muy cansada.
A pesar de mi sonrisa, sabía que mi madre no se iba a quedar tranquila,  era una mujer inteligente y siempre sabía cuándo me pasaba algo.
Al llegar a la escuela comenzó a llover, tenía preparadas mis cosas para salir corriendo pero justo antes de abrir la puerta mi madre puso su mano en mi hombro.
-¿Segura que no te pasa nada? Te he notado muy diferente, no quieres comer, te ves muy cansada, no quieres salir de tu cuarto…
-Mamá, estoy bien, ya te lo dije, solo estoy cansada y necesitaba dormir mucho. Sabes que cuando estoy con mis abuelos también visito a mis amigos de la infancia y hubo noches que no dormimos por ver películas.
Mi madre sonrió y colocó ambas manos en el volante.
-Creo que hice mal en dejarte ir…
Sonreí al instante, pero por dentro estaba de acuerdo con lo que había dicho y aún más enojada estaba por haberle insistido en ir.
-Suerte en el primer día de clases –continuó – vengo por ti.
Salí del coche maldiciéndome por dentro, en primera porque no tenía el valor de contárselo y en segunda porque la lluvia estaba helada, cada gota era como cubos de hielo resbalando por mi cuerpo.
Después de pocos pasos dentro de la escuela  oí algo moverse muy rápido en el aire y una risita muy conocida, al instante me hice a un lado y solo vi una mano pasar rápidamente junto a mí.
-No se vale ¿Me viste?
Volteé y la vi; seguía igual que en el último día de clases.   Su  estatura era mediana, no había crecido,  tez morena, de hermoso cabello rizado cayendo  sobre sus hombros y sus habituales lentes.
Pensé en decirle la verdad a modo de broma pero me arrepentí de inmediato.
-Sí, Madeleine, te vi a lo lejos mientras bajaba del coche. –Mentí y sonreí al ver su mueca.
-¡Rayos! debí de ser más discreta.
- Lo harás mejor la próxima vez. – Me acomodé la mochila y continuamos el camino.
Al llegar al salón  vimos a Tamara con sus audífonos puestos, balanceándose de un lado al otro, era la única en el salón. Nos acercamos a ella y le di unos golpecitos en el hombro, ella volteó y su largo cabello, lacio y oscuro golpeó contra mi cara.
-Ah! hola, no las había visto-  dijo ella emocionada.
-Hola- respondimos las dos en coro.
Después de pocos segundos me percaté de que  Tamara me observaba detenidamente, abrió la boca pero no dijo algo, después me señaló y dijo:
-Oye, noto algo distinto en ti… ¿Adelgazaste?
Eche un pequeño vistazo a mi abdomen al mismo tiempo que lo rodeaba con mi brazo.
-Podría ser; la verdad no le he dado mucha importancia- dije.
-Cierto, había notado algo raro pero no sabía qué era, aparte hay un no sé qué que te hace ver más… -se detuvo a pensar Madeleine –  no te maquillaste pero hay algo diferente en ti.
-Hoy no tuve tiempo. –Contesté.
Madeleine se me acercó y miró detenidamente mi rostro
-Estoy segura que tenías ojeras… ¿Te operaste? –Mencionó asustada.
Reí abiertamente.
-Claro que no… solo me la pasé durmiendo todo el tiempo, todo el día. –Mentí.
-¿Dormiste todo el tiempo que estuviste con tus abuelos? ¿Enserió solo fuiste a dormir?
La sonrisa se me borró poco a poco y bajé la mirada. Ojalá me hubiera quedado dormida, pero a la estúpida Evelyn se le ocurrió andar de vaga.
Hubo un momento de silencio hasta que Tamara respondió: -Conozco esa mirada… Decepción amorosa ¿Verdad?
-Claro que no chicas –trate de sonreír –no ha pasado algo importante, es solo que… mis abuelos y yo nos peleamos y no lo arreglamos.
Y era verdad, desaparecí todo ese día y ni siquiera le dije a mis abuelos a donde iría, llegué a la casa como a las tres de la mañana porque escapé del cuarto en el que me tenían atada.
Gracias al sonido de la chicharra, el tema quedó en el aire y cada quien fue caminando a su lugar.
-Platicamos luego.
Algunos compañeros ya habían llegado, pero se habían quedado afuera, con forme pasaron los minutos el salón se fue llenando.
Las dos primeras horas fueron fatales, cualquier sonido fuerte o simplemente los murmullos me provocaban dolor de cabeza, era como si estuvieran hablando encima de mí, los oídos me zumbaban a cada rato, era un verdadero martirio.
Llegada la tercera hora anhelaba con ansias el receso, los minutos se me hacían eternos mientras me perdía en mis pensamientos. No presté atención a las clases para nada, me la pasé con las manos en los oídos casi todo el tiempo.
Cuando me di cuenta ya habían dado el toque y todo el mundo abandonaba  el salón.
-¿Qué esperas para salir?- me llamó Madeleine desde la puerta.
Tomé un momento para despejar mi mente  de todo el ruido de las horas anteriores, suspiré para tratar de quitarme esa sensación de tener el cerebro inflamado, recargué mi cabeza sobre mi mano un momento y de inmediato  fui al encuentro con mis amigas
-Listo. - Dije sin mucho ánimo.
Las tres bajamos en silencio para dirigirnos a nuestro lugar favorito que era el más silencioso y tranquilo que podía haber, era un pequeño patio en la parte trasera de la escuela, pero para llegar a él teníamos que cruzar dos canchas las cuales siempre estaban llenas de tipos superficiales detrás de una pelota. Empezamos a atravesarlas con cuidado, esquivamos a unos chicos jugando basquetbol, pasamos rápido por en medio de la cancha porque todos estaban amontonados en una de las canastas. Casi saliendo de la cancha  detecté un sonido inusual en el aire, como si algo estuviera rompiendo el aire al bajar, era increíble que pudiera escuchar incluso el silbido del aire; el sonido provenía  detrás de mí, antes de imaginarme lo que era supe que venía hacia nosotras  y con un ágil y rápido movimiento me quité de donde estaba antes de que el objeto impactara en una de nosotras, solo vi la pelota de basquetbol pasar junto a mí y golpear el suelo como a un metro delante de donde yo estaba parada.
Madeleine y Tamara me miraban asombradas, no me di cuenta hasta después de que había jalado a Tamara y lo que es peor, había evitado que la pelota golpeara en su cabeza. La cara de Madeleine se mostraba divertida y extrañada a la vez, mientras que la de Tamara demostraba un gran desconcierto mientras se sobaba el hombro, ahí en donde la había jalado.
-Niñas, ¿Por qué esas caras?- Las dos se quedaron un buen rato observándome con los ojos desorbitados.
-Tú, la persona más distraída y poco instintiva ha salvado a la chica que siempre te salva… - dijo Tamara extrañada, ya que ella siempre era la más atenta a lo que pasaba a su alrededor, y  está de más decir que yo siempre vivía en la luna y que ella siempre me salvaba de cualquier incidente.
-Bueno, es que…-  me detuve por un momento a pensar-¿No escucharon la advertencia de los chicos?
-No escuchamos nada- me interrumpió Madeleine
-Es que con tanto ruido casi no se distingue, pero estuvo cerca, por poco te quedas sin cabeza.- finalicé.
Seguimos caminando en silencio, pero pude sentir las miradas de desconcierto de las dos  durante el poco camino que nos quedaba. Cruzamos un pequeño pasillo y cuando llegamos observé que casi todo estaba como antes, nada había cambiado, excepto por el manzano que estaba a punto de dar frutos.
En el momento en que nos sentamos me empezaron a hablar.
-Fue genial. - Comenzó  Madeleine
-¿El qué?
-La manera en que me salvaste, aunque fue un poco dolorosa. –Continuó Tamara.
-Dejemos ese tema a un lado y mejor cuéntenme ¿cómo les fue en las vacaciones?-
-Yo  la pasé en casa de mis padres bien aburrida, viendo televisión  todo el día, la verdad me estaba muriendo en ese sillón.- respondió Madeleine
-Pues yo estaba peor, cuidando a mi hermana- continuó Tamara.- ¿y tú? A parte de dormir ¿Qué más hiciste en casa de tus abuelos?
-Pues…- Hice una pequeña pausa, evité las miradas de mis amigas para que no vieran mi reacción. –Visitar a viejos amigos y conocí a nuevas personas- contesté con ligero sarcasmo.
- ¿Un chico?- preguntó Madeleine emocionada.
-Dos, en realidad. –contesté mecánicamente y me maldije por eso.
-Esto se pone interesante. –continuó Madi con notable entusiasmo. -¿Y cómo se llaman?
-No lo sé –mentí –nos conocimos por casualidad y no les pregunté su nombre.
-Entonces no cuenta –respondió Tamara.
Hablamos de las pocas cosas interesantes que nos sucedieron en vacaciones, bromeamos de las cosas chistosas y Tamara y yo nos burlamos de Madeleine porque nos contó que se había caído en un charco después de que un perro la asustó cuando ladró detrás de ella.
Mientras platicábamos, una ligera ráfaga de viento nos envolvió a las tres, solo yo pude percibir el tenue perfume de hombre abrumadoramente conocido. Abrí mis ojos como platos y volteé sin llamar la atención de las chicas, pero aparte del jardín y los árboles no había alguien. Sentí un repentino aceleramiento en mi corazón, algo tan inquietante que me fue imposible no estremecerme.
“Tranquila, es solo tu imaginación” Empecé a decir en mi mente.
- ¿Qué hora es?- preguntó Tamara de improviso.
Saqué mi celular,  observé la hora y lo dejé junto a mí en la banca.
-Faltan cinco minutos para que acabe el receso- respondí.
-Será mejor que vayamos caminando- dijo Tamara poniéndose de pie, seguida de Madeleine.
Otra ráfaga ligera nos envolvió, pero aquel perfume ya no lo acompañaba.
“¿Ves? No está aquí”
Volteé una segunda vez para asegurarme de que no había alguien, pero ningún ruido se escuchaba más que el murmullo que provenía de las canchas de  básquet.
Durante el camino traté de ser más cuidadosa con lo que hacía, estuve atenta a todo lo que ocurría a mí alrededor, obviamente sin que las dos se dieran cuenta, afortunadamente no pasó nada que pusiera en peligro el secreto que estuve guardando durante una semana y media.  Justó cuando llegamos al salón el timbre sonó y fue como un grito en mi oído, me quejé del dolor al mismo tiempo en que me tapé los oídos.
-Evelyn ¿Qué te sucede? –Se acercó Tamara.
-¿Estás bien?
El dolor se pasó enseguida, pero el ruido de los zapatos contra el suelo de todos los que subían empezaba a sentirlo como lluvia en mi cerebro.
-Si –dije incorporándome. –Solo necesito sentarme… es mi cabeza, creo que es migraña.
-Tienes que ir a enfermería.
-No –dije rápidamente –ya me siento bien.
Las chicas no insistieron, solo se quedaron observándome. Me ayudaron a sentarme y luego se fueron a sentar porque ya todos entraban al salón incluyendo el profesor.
No sabía si iba a sobrevivir  cinco horas seguidas soportando el ruido y el olor a sudor y a comida. Si alguna vez han olido comida podría cuando tienen migraña podrían entenderme.
Después de un tiempo de clases estaba completamente mareada, asqueada, con el estómago revuelto y con dolor de cabeza, era un fastidio. Solo quería estar tres metros bajo tierra y dejar de sufrir.
Busqué mi celular para checar la hora pero no lo encontré en los bolsillos de mi pantalón, lo busqué en la mochila pero tampoco estaba, lo busqué debajo de la banca pero no había rastro. Se me vino a la mente una imagen del celular junto a mí en la banca…
Me maldije. Lo había dejado en la banca. A esas alturas ya alguien lo había encontrado o robado.
Pasó una eternidad para que saliéramos de clases, estaba pensando seriamente en no asistir al día siguiente si tenía que soportar lo mismo, esos aromas fétidos de comida y sudor juntos, el ensordecedor ruido de todo un salón… todo se proyectaba en mi estómago y en las sienes como bombas de tiempo.
Todos abandonaban el aula dejándola un chiquero, lo primero que hice fue suspirar de alivio porque el ruido ya no era intenso. Tamara, Madeleine y yo íbamos a ser las últimas en salir.
-¿Ya te sientes mejor? –Se me acercó Madeleine.
-Claro, es que como no desayuné  tengo el estómago vacío y me mareé, pero ya me comí un bocadillo entre clase.
-Evelyn, tienes un semblante muy pálido, eso de no desayunar te está matando… Tendré que hablar seriamente con tu madre. –Dijo Tamara.
-Claro, solo que si le dices eso me mata… ella es la primera que quiere que desayune, pero solo finjo hacerlo para que no me regañe.
-¿Vomitas?
Reí con ganas.
-Claro que no, solo embarro el plato con un poco de comida y listo, ella cree que como.
-¿Por qué lo haces? –Tamara me miró con desaprobación.
-Me acostumbre a desayudar tarde. A las seis de la mañana no me pasa ningún alimento.
-¿Cuánto tiempo tienes así? –Preguntó Madeleine.
-Pues para ser exacta… desde que regresé de casa de mis abuelos.
-Bueno, solo tienes dos días, pero aun así estás muy débil, casi te nos desmayas.
La verdad era que casi no necesitaba desayunar o comer, desde que me “cambiaron” me sentía con más energía de la necesaria y muy pocas veces sentía apetito, solo probaba bocado para que nadie sospechara…
Sonó el celular de Tamara,  lo que sacó al instante, leyó el mensaje y luego se apresuró a decirnos:
-Bueno, chicas tengo que irme, mi madre me espera… y tú –se dirigió a mí –prométeme que por lo menos te comerás lo que embarres en el plato.
-Claro. –Dije entre risas.
Se despidió de Madeleine y salió casi corriendo.
-¿Me acompañas?
-¿A dónde?-  Preguntó Madeleine
-Dejé mi celular en la banca, quiero preguntar si alguien lo ha encontrado.
-Uh, eso estará difícil, tendrás suerte si algún maestro lo encontró o lo llevaron al bote de cosas perdidas.
-Ya ni me digas, no sé cómo se me pudo a olvidar.
-Bajemos ya, si no, no lo encontramos.
Empezamos a caminar rápido con las mochilas sobre nuestros hombros, Madi me regañaba mientras yo pensaba en donde buscar. El ruido empezaba a aumentar e hice un esfuerzo inhumano por mantenerme normal.
Dejamos las mochilas junto a la puerta de salida y luego nos pusimos de acuerdo para ver donde buscaríamos. 
Primero pregunté en coordinación, pero nadie les había dejado un celular, luego fui a la sala de maestros pero ninguno de los cinco que estaban ahí se habían encontrado un celular, al final me encontré caminando  a la banca donde tampoco encontré el celular. Me senté pensando en quién podría tenerlo, me recargué en el pilar de lado derecho, subí mis piernas a la banca y recargué mi cabeza con los ojos cerrados, ya había buscado en los lugares donde acordé, solo faltaba a que Madeleine apareciera con mi celular, sino, a comprar celular nuevo con el dinero que tengo ahorrado.
El viento sopló a mí alrededor y una vez más estaba ese perfume pero esta vez el olor era más intenso.
“es solo tu imaginación” Me dije.
-¿Buscabas esto?
Juro que mi cerebro se detuvo un momento. La sangre se congeló  y pude sentir un súbito vuelco en mi corazón. Me costó trabajo procesar aquellas palabras y de quién provenían… era imposible.

Cerca del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora