Cap 7

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No me tomó mucho tiempo en llegar a casa de Madeleine. Estaba frente a la ventana que aún seguía abierta. Salté y me quedé parada en el borde. Miré alrededor y Madeleine estaba recostada en su cama con el celular en mano.
-Evelyn, pero que... -se detuvo y me miró detenidamente – ¡pero qué cochina estas! ¿estuviste revolcándote en el lodo?... -Hizo una pequeña pausa y su mirada pasó a divertida – Estuviste revolcándote –Afirmó.
-Deberías ir más a la iglesia.
-No lo creo, ¿Te imaginas el caos que armaría?
-Tienes razón. Pero ahora necesito que traigas una bolsa.
Fue al baño y me la trajo. Enseguida me quité el  par tenis enlodado y los metí a la bolsa. Cuando estuve en el suelo, subí la parte de los tobillos del jeans porque también estaban enlodados.
-¿Pero que estabas haciendo?
-Correr, saltar, trepar...
-Creo que te faltó "arrastrar".
Solo sonreí.
-¿Crees que puedas prestarme un short y una camisa? Solo traigo lo que me pondré mañana para la escuela.
-Claro.
Fue a su armario y sacó un short negro y una camisa blanca. Los tomé y le agradecí.
Me fui a bañar, el agua estaba helada, tuve que aguantarme y al final me acostumbre, me quedé bajo la regadera por un largo tiempo y solo veía el lodo arrastrarse sobre mi piel.
Terminé, me vestí y traté de secar lo mejor que pude mi cabello. Esperé junto a la ventana a que se secará. Madeleine ya estaba profundamente dormida. Mientras esperaba, veía las enormes gotas cayendo y formando charcos en la tierra.

-Evelyn, Evelyn despierta.
Abrí mis parpados lentamente, primero veía borroso, luego normal. Observé mí alrededor y me encontraba sentada en el piso, recargada en la pared junto a la ventana.
-Alguien se quemó el cerebro inventando un rectángulo con cuatro patas y acolchonado de arriba llamado "cama", como para que tú duermas en el piso. –Dijo señalando la cama intacta.
-Es que me venció el sueño.
-Lo discutimos después. Ahora cámbiate que ya es tarde.
Ella se quedó en el cuarto y yo me metí al baño. Solo me llevó poco menos de diez minutos cambiarme. Unos jeans y una camisa blanca, recogí mi cabello en una coleta y salí enseguida.
Bajamos y desayunamos con sus padres. Después su padre nos dejó en la escuela.
Cuando llegamos, Madi empezó a hablar por lo bajo de lo fascinante que era tener a una amiga como yo. Me interpuse en su camino.
-Esto no lo tiene que saber nadie. –Se quedó pasmada por mi reacción – Ni siquiera puedes hablar de esto con Francis. Si alguien los escucha, todo empeorará para mí. Luego te explico por qué.
Madeleine caminó junto a mí con la cabeza agachada, como niña regañada. Subimos al salón, solo estaban Tamara y Alison (una compañera) platicando, y mochilas regadas entre las bancas.
-Hola –dijo Tamara -¿Cómo les fue?
-Fue de lo más espectacular, estuvimos...
Se calló  en cuanto se percató de mi mirada, pero Tamara también lo hizo.
-¿Por qué esa mirada? –preguntó Tamara.
-Es solo que... -empecé a decir – se ha burlado todo el día porque me caí de la cama. ¿Y de qué platicaban ustedes?
-¡Del viaje! –Dijo Alison -¿irán?
Nos miramos una con la otra.
-¿No se acuerdan?
Me quedé pensando un momento, después pude recordarlo. Cada año, la escuela hacía un viaje; más bien una excursión, normalmente buscaban lugares al aire libre para "contribuir" con el ambiente y plantar algunos árboles, pero eso solo duraba algunos minutos, el resto del día lo ocupaban para divertirse.
-Tengo muchas ganas de ir- Comentó Tamara.
-Pero yo no creo que me dejen –finalizó Madi.
-Pues yo estoy muy emocionada –suspiró Alison. –Dicen que este año escogerán un lugar de lo mejor.
Las tres me voltearon a ver.
-La verdad no tengo ganas, no me he sentido bien –dije fingiendo un malestar. Pero Tamara empezó a tratar de convencerme.
-Vamos; ¿Qué tal si ese lugar te sirve para que te reanimes?
-No, además no estoy de muy buen humor para ir.
Me negué a ir porque la verdad no tenía ganas, los tres viajes anteriores habían sido un fracazo y no me quedaron ganas de ir una vez más.

El día pasó rápido, pero ruidoso como de costumbre. Aquella ocasión, estando a minutos de salir a receso, me recosté en mi pupitre repitiendo una y otra vez en mi mente "no quiero ruidos, no quiero ruidos". Mientras hacía eso, de un segundo a otro me di cuenta que el ruido había disminuido, ya no parecía que tenía bocinas pegadas a mis oídos. Me sorprendí ante aquel cambio tan asombroso.
"Ya puedo controlarlo". Pensé entusiasmada.
Cuando salimos a receso, Madi empezó a preguntarme si me sentía mal.
-No, -respondí  sonriente – todo lo contario, me siento de maravilla.
-Pero entonces ¿Por qué no me respondiste cuando estuve hablándote?
-Nunca te oí.
-Bueno, es que estuve hablándote en voz baja, porque pensé que sí me escucharías.
-He descubierto que puedo ocultarlos –le dije en voz baja y recargando mi cabeza en la banca aliviada de los  molestos ruidos.
-Con razón no me escuchaste. Pero si yo estuviera en tu lugar los usaría a mi antojo y los disfrutaría.
-Jamás –le dije alterada y apresuradamente –jamás me acostumbraré a esto, además es muy difícil de controlarlo. ¿Por qué  crees que Francis tenía lastimado el brazo?
Arqueó una ceja como diciendo "tienes razón". Dejamos de hablar del tema porque Tamara se acercaba con su plato de comida. Platicamos del viaje, Tamara estaba decidida a ir, pero Madi y yo no estábamos muy seguras.
Después de receso el día se fue rápido, pero no estuvo tan pesado como los dos días anteriores, con mis habilidades ocultas me sentía como nueva, aliviada.
Cuando salimos estuve buscando a Francis con la mirada, pero nunca lo vi, ni en receso, ni en la salida.
-¡Oh, qué lindo! –dijo Madi casi gritando. Di un brinquito.
-Por Dios, casi me sacas el corazón.
-¿Ya viste a ese perrito? –dijo sin hacer caso de lo que le había dicho. Corrió hacia el perrito y lo acarició. El dueño se quedó algo extrañado, pero no dio mucha importancia. Luego regresó conmigo.
-Es que no resistí la tentación. –A veces el comportamiento infantil de Madeleine me extrañaba un poco pero eso era algo que la distinguía de los demás, además su rostro la hacía parecer aún más como una niña que como una adolescente casi adulta.
Volteé a ver al perrito, y sí, daba ternura, su pequeña carita con sus enormes ojos lo hacían parecer una muñequito de peluche. Pero ver a ese perro, me recordó a Bobi.
-¡¡¡Por todos los cielos!!! –Asusté a Madi -¡¡Bobi!! ¿Cómo pude olvidarlo? Me tengo que ir.
-¿Por qué? –Preguntó Madi.
-Pues, te lo contaré con calma en otra ocasión.
-Oye, pero...
-Luego me dices, me tengo que ir –Tomé la mochila pero ella seguía insistiendo.
-Evelyn, pero...
-¿Qué sucede? –Le presté atención a regañadientes. Ella no tenía la mirada en mí sino más atrás. Luego señaló discretamente sin decir algo.  -¿Qué? –Volteé en la dirección señalada y veía nada anormal -¿Qué pasa? –Seguí mirando a todas partes.
No capté lo que Madi señalaba hasta que pude verlo, el pelaje claro y el collar rojo, se refería a Bobi, pero me quedé sin habla cuando vi quién lo estaba cargando: era ese chico misterioso y con sonrisa cautivante, Jadzzet, el que me había entregado la mochila después de salvar al niño. Parecía buscar a alguien y solo le bastaba con ponerse de puntitas para ver todas las cabezas a su alrededor, hasta que dio conmigo, me sonrió y empezó a caminar.
Sentí un jalón de brazo y miré a Madeleine, que aún seguía observando al chico.
-No se te olvide presentarme –Dijo tratando de ocultar su mirada del chico.
-¿Qué?
-Sí, no seas envidiosa,  ya tienes a Francis.
- Yo no tengo a nadie.
Ya no podíamos hablar más porque Jadzzet estaba cerca, solo lo miré y sonreí.
-Hola –me saludo y se lo devolví de la misma manera. – No es que lo estuviera buscando pero iba caminando, me lo encontré en una esquina   y como soy de los que no soporta ver a un cachorro solo, pues lo iba a adoptar hasta que vi su nombre  y me acordé de ti.
Me lo entregó en los brazos, estaba tan contenta por tenerlo de nuevo pero de inmediato un foquito rojo me alerto.
-Muchas gracias... -Vacilé un momento -¿No te causó problemas?
-No, ha estado tranquilo y ha llorado mucho.
-Pues, gracias... y no quiero que me lo tomes a mal pero ¿Cómo me encontraste?
-La dirección viene en el collar, fui a tu casa ayer por la tarde pero no encontré a nadie así que pregunté en dónde más te podía localizar y me dijeron que estudiabas aquí.
-Claro.
Hubo una pequeña pausa. Ahí aprovechó Madi para darme un golpe disimulado en la espalda.
-¡Ah! Si, se me olvidaba, ella es mi amiga Madeleine; Madi él es Jadzzet, lo conocí en una caminata a mi casa.
Me quité de en medio para que se pudieran saludar, él tuvo que agacharse y ella ponerse de puntillas, era demasiada la diferencia entre ellos. Dejé que platicaran un momento mientras ponía a mi perro en el suelo, parecía algo desanimado pero aun así movía su cola mientras me lamía la mano.
Cuando alcé la mirada ambos chicos estaban sonriendo y pensé que no hacían mala pareja, a pesar de ello,  no dejé que mi imaginación volara pues es un extraño tanto para mí como para ella.
Ya tenía un problema menos, ahora solo faltaba esconder a Bobi de mi madre y contarle lo que me pasa.
Me incorporé con el perro en brazos y la mochila en los hombros.
-Lo lamento, pero tengo que retirarme me están esperando en casa.
-No te preocupes, yo solo vine a entregarte el perro. –Sin previo aviso se agachó y me dio un beso en la mejilla.
-Ya no sueltes al cachorro. –Me sonrió.
Solo sonreí y luego me despedí de Madeleine.
Ya en la calle pensé en que sería más rápido correr que tomar un autobús, y como tenía mis habilidades "guardadas" no sabía exactamente cómo liberarlas, en un tonto intento deseé con todas mis fuerzas que regresaran y después de segundos una punzada en mis oídos comenzó a aumentar hasta que me fue insoportable resistirla, me tambaleé un poco  pero me mantuve en pie, miles de olores llegaron a mí y fue tan insoportable que me dieron nauseas... horrible, jamás olvidaré esa sensación.
Llegué a mi casa quince minutos más tarde entre parada y parada, entramos a la sala y dejé la mochila y la bolsa con la ropa enlodada en el suelo.
-¿Qué haré contigo?
Bobi ladró. Me paré.
-Es en serio, si mi madre te descubre también me descubrirá a mí, y aun no estoy preparada. Necesitas irte o esconderte. Pero ese es el problema, no se me ocurre ningún lugar.
Me sentí una estúpida, estaba hablando con un perro, como si pudiera entenderme.
El celular sonó.
-Hija, estoy a una cuadra, ya...
-Estoy en la casa, madre, se me olvido que irías por mí.
Escuché como se quejó.
-Bueno, llego en un rato. – Colgó el teléfono.
Unos minutos después volvió a sonar el celular.
-Evelyn –era Madi –me acaba de hablar Francis, dice que te espera en el mismo lugar.
-¿Cómo es que tiene tu número?
-Se lo pedí cuando le di mi dirección, y también le di el mío. Pero ese no es el caso. Me pidió que te dijera eso.
-Bueno, gracias. Un favor. Envíame su número por mensaje.
Colgué enseguida para ahorrarme las preguntas de Madi.
¿Qué excusa pondré? Pensé nerviosa.
Los minutos pasaron y yo seguía pensando en lo que haría con Bobi. Hasta que a mi pequeña cabeza se le ocurrió algo, dejar a Bobi con Francis.
Cuando escuché a mi madre llegar le dije a Bobi que se quedara quieto  en el patio. Yo me adelante a abrirle la puerta a mi madre.
-Hola madre. En serio se me olvido que irías por mí. Lo siento.
-No importa Evelyn.
-¿Y cómo te fue? ¿Alguna novedad?
-Pues no, todo igual, ¿y tú? ¿Qué tal te la pasaste con Madi?
-Bien, aunque algo distinto, –pensé en Francis, - la señora Collins te envía saludos.
Ella sonrió.
-¿Por qué distinto?
-Remodelaron su cuarto. Ahora es más amplio.
Desde una ventanilla donde se podía ver el patio, pude ver a Bobi asomado.
-Necesito ir por agua, regreso enseguida
Me paré de inmediato y corrí a la cocina por  galletas, tomé unas cuantas y se las lancé a Bobi. Después de unos segundos fue hacia las galletas desapareciendo de vista.
Cuando llegué a la sala, mi madre estaba dándome la espalda sosteniendo una prenda de la ropa enlodada <<tal vez se preguntará que estuve haciendo>> pensé fugazmente.
Cuando dio la vuelta, no estaba sosteniendo ninguna prenda mía. Era el impermeable negro que Francis me había dado.
-¿De dónde lo sacaste? –dijo con voz muy temblorosa. No dejaba de mirarlo.
- Es de... es del padre de Madi. –Su mirada me daba escalofrío, aunque no me estuviera mirando, pero parecía asustada. –Me lo prestó cuando salí con Madi para comprar algo en la tienda.
No dijo nada, solo botó el impermeable en el sillón y salió casi corriendo a su cuarto. Oí el portazo.
-¿Por qué tanto alboroto? – dije en voz baja.
Tomé el impermeable y la ropa sucia y las metí en agua con detergente para que se les callera un poco el lodo. Después escribí una nota para mi madre explicándole que iba a casa de Tamara (porque estaba a solo unas cuadras) para pedirle algo que se me había olvidado.
Salí al patio y tomé a Bobi. No quise salir por la puerta principal porque mi madre me iba a oír, así que salté desde la azotea hasta la calle (obviamente me fije si alguien estaba observan, lo cual no había). Antes de partir tomé el celular y le envié un mensaje a Tamara diciéndole que si mi madre le llegará a preguntar le dijera que estaba con ella.

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