Capítulo 2

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Hermione entró sin hacer ruido en el salón y se arrebujó en la silla de cuero negro que le había regalado a Harry, después de gastarse hasta el último penique de sus ahorros, cuando él y su amigo Ron habían volado rumbo a Nueva York para estudiar arquitectura. La silla recordaba el olor del propio Harry. Apoyó la mejilla contra el cuero, blando y suave, y cerró los ojos. Durante años no había dejado de pensar en él ni un solo minuto. Sabía que podía lograrlo. Tenía que hacerlo.

Quizá no había sido tan terrible que Harry obtuviera, de modo totalmente fortuito, un aperitivo de lo que ella quería entregarle...

Hermione, vestida con unos vaqueros y una camiseta de su antiguo instituto, seguía acurrucada en la silla de cuero cuando Harry regresó. Estaba hecha un ovillo y apenas se notaba su estatura. Harry dio las gracias al cielo porque estuviera vestida y porque hubiera domesticado su pelo. Hermione Granger tenía la melena castaña más salvaje que hubiera visto jamás. Era una verdadera tentación y, a veces, era como si tuviera vida propia.

Al verla desnuda en su cama, con la melena castaña suelta, había estado a punto de sufrir un infarto. La tentación se desvanecía un tanto cuando Hermione se recogía la melena en una cola de caballo. Y quizá, si se concentraba durante los próximos trescientos años, sería capaz de olvidar la forma en que la luz había incidido sobre su figura desnuda, atrapada bajo las sábanas de satén, y había dibujado sombras detrás de cada curva. Y hasta sería capaz de remitir al desván de la memoria la visión de un seno pleno, perfecto en su forma. Se metió las manos en los bolsillos y entró sin prisa en el salón.

—Hola.

Hermione se sentó y se frotó los ojos adormilados. Era de un color similar a las avellanas. Se sonrojó y el color en sus mejillas apareció bajo una capa bastante abundante de pecas del color de la canela. Levantó los pies desnudos para colocarlos sobre la silla y rodeó las rodillas con sus brazos. Hubo un corto silencio, algo extraño.

—Parece una mujer muy agradable —comentó la castaña y dibujó una tímida sonrisa en sus labios carnosos.

Harry se sorprendió ante el humor que destilaba la mirada burlona de Hermione y la exuberancia de su boca. Movió la cabeza en actitud de negación.

—No lo creas —replicó y se sentó en el pico de la mesa, frente a ella.

Estaba agradecido al saber que Hermione no sospechaba el inmenso esfuerzo a que se veía obligado para reprimir sus instintos y no saltar sobre ella.

—No lo entiendo —dijo la castaña y frunció el ceño—. Si no te gusta, ¿por qué razón te estabas acostando con ella?

—Nunca me he acostado con ella, de momento —dijo Harry—. Me gusta Cho y no quiero que cambies de tema. No quiero decir con esto que seas bienvenida en esta casa, pero ¿qué estás haciendo aquí?

—Pensaba que te habías marchado toda la semana a Nueva York —dijo Hermione y apoyó la barbilla en su rodilla—. ¿Qué le has dicho a ella?

—Le he dicho que tienes un extraño sentido del ridículo, pero que en el fondo eres inofensiva —mintió Harry, que sentía el peligro igual que un animal intuye el fuego.

—Estaba avergonzada. Supongo que ha sido todo muy raro para los tres. Y creo que lo he empeorado todo cuando he intentado reírme de la situación. Lamento haberte puesto en una situación embarazosa, Harry. De verdad que lo siento —aseguró Hermione—. Si quieres que llame a esa mujer...

—No hay necesidad, Mione. No te preocupes —explicó Harry, que había notado perfectamente el apuro que había pasado Hermione—. He vuelto de Nueva York antes de lo previsto.

LECCIONES DE SEDUCCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora