XIV

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Al ritmo de la anestesia

Un día desperté con las manos sucias de legañas, las limpie con el agua que descendía de mis ojos, difícilmente observe lo azulado que lucía el tiempo en ese momento.

El cielo está empapado, ardiendo en fiebre, alguien colocándole paños de agua helada en su frente algodonada, cayendo gotas unánimemente directo en mi pies descalzos, apenas cubriéndome con la sombra de una sombrilla liviana ajustada en mi garganta, caminando al ritmo del viento susurrante, que me acaricia la piel, me habla, me canta, me grita, me ahoga...

Echar raíces en recuerdos agonizantes, no querer siquiera levantarme de esa camilla de hospital aterciopelada de habitación de adolescente, escoltada del irritante sonido de murciélagos y ratas; alterándome con cada chillido proveniente detrás de las paredes...

La fiebre baja, y con ella los paños húmedos van escaseando, la cólera llega junto a los delirios, se rompe un vaso o tal vez dos,
el sonido aumenta y la desesperación sube el volumen junto a mi alma decadente llena de odio y pasión, ensuciando a la gente que se aproxima a mí.

Pero he decidido apagar lo interminable y vivir lo efímero,
He decidido matar ese momento, y convertirlo en agua correntosa.
Y, he decidido perecer sumergida en el tiempo muerto, de aquel reloj de arena...

No es más que poesía barataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora