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□Emma□

Pude volver al cabo de tres días. Sobre la alfombra, me di cuenta que a penas me quedaban uñas que morderme. La presión estaba podiendo conmigo. No paraba de pensar en Regina. Ella estaba ahí, sola, sin saber cuando volvería a por ella, o si lo haría... Me desgarraba.

Llegué cuando empezaba a oscurecer. Aterricé en su balcón, y me sorprendió no verla allí.

-¿Regina?- Di unos pasos y la vi estirada sobre el sofá, con ese pijama blanco y el brazo extendido hacia el suelo. Me asusté. Corrí hasta ella, que murmuró algo a la vez que se le cerraban los ojos. Me asusté todavía más. Intenté cogerla con cuidado, porque la seda era muy fina y podía sentir su piel. Me daba miedo que me confundiera con él, que pensara que podría hacerle daño ahora que ella estaba indefensa.
Emitió un débil gemido que se perdió en mi hombro, y sentí su largo cabello entre mis dedos. Levantar a una persona era más difícil de lo que pensaba, pero no opuso resistencia alguna. La dejé sobre su cama, boca arriba y con las piernas colgando por el borde acolchado.

Había una aguja. No una aguja para el sueño eterno, sino simplemente para el sueño.

Intentaba decir algo, pero no tuvo fuerzas. Sus labios parecieron juntarse y separarse. Me preocupó que estuviera asustada.

-Soy Emma, estoy aquí...- Me incliné sobre ella y le aparté el pelo de la cara. -No pasa nada, estoy aquí...-

Entonces perdió toda su presencia. Cayó en el sueño, en ese sueño profundo, pero no tan profundo como para ser eterno. Era el equivalente a la anestesia, pero a lo bestia. Regina era así de dramática.

Di un paso atrás. No estaba bien que yo estuviera aquí mientras ella estaba inconsciente. Podría haberle hecho cosas malas, muy malas. Y Regina lo sabía, por eso se asustó. Se asustó de mí. Se asustó de mí porque recordó lo que le hizo mi abuelo. Ese desgraciado. Lo mataría si no estuviera ya muerto. Lo peor de todo es que nunca recibió su merecido, nadie nunca supo lo que había hecho, lo que le había hecho.
Lo más triste de todo es que Regina creció creyendo que esas cosas eran culpa suya, que una mujer se expone a eso por el mero hecho de serlo, que tener buen tipo implica que todos te deseen y que es normal que algunos no puedan controlarse; que los reyes tienen derecho a coger lo que quieran y que si te obligan a casarte con un hombre, este puede automáticamente forzarte a hacer lo que le de la real gana. Me pongo enferma solo de pensar en ello. Ese hombre era mi abuelo.

Intenté cambiar de tema, pero no es lo mismo que en una conversación en voz alta, porque tu cabeza sigue dándole vueltas en silencio. Sacudí la cabeza y volví a verla. Parecía una muñeca de trapo, la muñeca de trapo más hermosa del mundo. Por eso aparté la mirada con remordimientos. No debería mirarla, no así. Era una muñeca, podía romperse.

Me acerqué a ella. Era demasiado perfecta para mí. Le aparté un mechón de pelo de la cara y se lo guardé detrás de la oreja. Tenía esa expresión, con el ceño ligeramente fruncido, como si algo le estuviera haciendo daño. Y, maldita sea, yo no podía pararlo.

Pasé un brazo por debajo de su espalda, y otro por debajo de sus rodillas, y la puse bien sobre la cama, con la cabeza sobre la almohada. Me preguntaba si él la obligaba a llevar estos pijamas tan finos. Seguro que ella odiaba llevarlos, porque se sentía expuesta, que invadían su privacidad... Pero en este castillo ella no tuvo privacidad. Yo quería matarlo. Quería matarlo lenta y dolorosamente. Pero Regina no había dicho nunca en voz alta que él hubiese hecho algo malo. Yo pensaba: todo el mundo debe saber que es imposible que un hombre de sesenta años obligue a una cría a casarse con él y luego todo sea normal. No, alguien capaz de hacer algo así, sin duda hizo más. Tal vez eso es lo que la asustaba, y por eso no hablaba nunca de ello. Tal vez no quería que la gente se diera cuenta y... Yo no iba a preguntárselo. Me daba la impresión de que era lo peor que podia hacer. Si ella quisiera hablar del tema, ya lo habría hecho.

Come Back To MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora