Propuestas

2.1K 139 6
                                    

Propuestas

-¿Cierras tú, Clarke?- escuchó a Ontari decir a sus espaldas, al tiempo que retiraba la cazadora del perchero para dejar así, en su lugar, el delantal de trabajo.

-Sí, yo me encargo- respondió, mientras giraba dedicándole sonrisa ladeada que reflejaba, aunque poco, lo exhausta que se encontraba. -Nos vemos mañana-

-Que descansen- la morena correspondió a su gesto, intercalando miradas entre ella y Lexa antes de marcharse con rumbo a la puerta principal de Polis.

Con un resoplido apagó las luces principales del salón, dejando encendida sólo una de las de la barra para evitar sumirse en una oscuridad total, antes de voltearse a su nueva compañera para que ambas fueran hacia la salida. De seguro se encontraba tan cansada como ella, y es que hoy habían roto un nuevo record. Podía asegurar que, esa misma noche, ambas habían sido las que más tragos habían servido en todo Manhattan. El lugar estuvo a reventar, a tal punto que el tipo de seguridad impidió el paso a nuevos clientes por un par de horas puesto que, adentro, ya estaban demasiado apiñados. Y, si a eso se sumaban los pedidos interminables de la mesa de festejo, la cantidad de bebidas esa noche ascendía, fácil, a más de quinientas. Todo un logro.

Dio un vistazo rápido a su reloj de muñeca. Casi las cuatro de la madrugada. Por lo general, en fines de semana, cerraban a eso de las dos, pero esa noche había sido la excepción. En cualquier otra situación aquello le habría molestado, y es que por mucho que Kane fuese un buen jefe no solía pagarles esa clase horas extras ni perdonarles que llegasen tarde el día siguiente a causa del desvelo, pero la verdad todo fue demasiado divertido. El motivo: las chicas de Sigma Beta. De algún modo una de ellas, a pesar de que estaba tan borracha como una cuba, fue capaz de tocar el piano que tenían en el salón de Polis, y era tan buena en ello que sólo bastaba que le dijeran algún título para que empezara a hacerlo. Todos, tanto las de la fraternidad como los demás clientes, se sumaron a la propuesta, y cuando menos se dieron cuenta organizaron un improvisado concurso de karaoke. El guardia al final había terminado sacando a los clientes después de las tres, y es que parecía que no le encontraba mucha gracia a todo el asunto. Luego, como cada noche, ella y sus compañeras se habían encargado de limpiar el bar para que estuviese en condiciones al día siguiente.

-Creo que yo también debo irme, tengo un largo camino hasta Brooklyn- dijo Lexa, una vez que ambas estuvieron fuera, mientras ella extraía las llaves de su chaqueta para cerrar la puerta principal.

-Te llevaré hasta allí- sentenció al instante, para luego girarse en busca del rostro de la morena. No permitiría que se fuese sola a estas horas. Pues sí, New York era la ciudad que nunca dormía y quizás la más segura del mundo entero, pero aun así se sentiría más tranquila sabiendo que ella misma la dejaría en su casa (y no es que contase, pero al menos así sabría donde era ese lugar). -Tengo motocicleta-

-Descuida, puedo regresar en metro- le sonrió con un guiño, antes de voltearse en dirección al este, seguro para dirigirse a la estación más cercana, aunque Clarke no se lo permitió puesto que, en un rápido movimiento, atrapó una de sus manos.

-Te aseguro que no es molestia, además también vivo en Brooklyn- bueno, técnicamente ese no era su domicilio entre semana pero de seguro a su madre no le importaría que pasase la noche en su cuarto. Además, sabiendo lo adicta que se había vuelto a las guardias nocturnas tras lo de su padre, seguro no estaría en casa. Buscó sus ojos, esos que ya comenzaban a gustarle, y esbozando su mejor sonrisa tiró aún más de su mano para que se encaminara con ella hacia el callejón lateral.- Vamos Alexandra, no hagas que te obligue a subir -

-No quiero quitarte el casco- se excusó, aunque no podía quitar los ojos de la motocicleta. Clarke no la culpaba, después de todo ella, que ya llevaba más de un año teniéndola, también solía estar horas admirándola. Esa Ducati Diavel, regalo de sus padres en su vigésimo tercer cumpleaños, era imponente y, como Raven solía decir, orgásmica para cualquiera que supiera de motocicletas.

Sucedió una noche viejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora