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Fue en ese instante cuando por fin sentí el rose de sus manos, fue cálido, armonioso, lleno de vida. Y decidí que así era la forma en como quería que alguien me tocara, sin perversión, que me hiciera sentir como en el cielo, ese cielo en el que nunca he estado, o al menos en el que puedo estar con ella.
Sus dedos se despegaron de mi piel. Y ahora fueron seguidos de un abrazo, sus manos formaban una v invertida tras mi espalda, y luego me sujetaban con fuerza.
La escuche hablar, pero yo aún estaba perdido, aun no se iba la mágica sensación, seguro más mágica que la de una quimera.
¿Qué has dicho? Le pregunté. Y ahora el sonido de su voz fue audible, entendible.
Te quiero. Fue lo que dijo. Y culminamos el día bajo ese montón de multitud que nos empujaban, y que poco a poco me la arrebataban. Entre tanta gente, lo último que vi, fueron sus ojos, esos ojos que, al finalizar el día, ya nunca más iba a volver a ver.

Cuando las estrellas se apagan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora