Prólogo

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—¡Suéltenme!

El grito de mi hermana mayor pudo dejar sordo a media ciudadela. Se retorcía sin descanso de las manos de los betas que querían llevársela. Yo solo podía llorar desde un rincón, mientras mamá lloraba descontrolada abrazando mi pequeño cuerpo.

—¡Fuiste la elegida! —le gritó uno de los betas, sacudiendo sus hombros—. ¡El precio por vivir en esta ciudadela es elevado!

Mari solo lloraba, mientras unos horribles temblores llenaban su cuerpo. Puedo jurar que el miedo podía sentirse en el aire y no sabía qué hacer. Ellos solo habían llegado apenas cayó la noche, exigiendo a mi hermana de una forma que no era para nada educada. Ellos solo entraron a la casa, pese a las suplicas de mi madre, y la arrastraron fuera de su habitación.

«Mami, ¿qué está pasando? ¿Por qué mi hermana estaba siendo arrastrada? Mami, tengo miedo. Mami, ayuda a Mari».

Solté a mamá por un momento para acercarme a Mari, la cual no dejaba de forcejear y gritar.

—Mari... —susurré, aguantando mis sollozos—. ¿A dónde te llevan, Mari?

—Yuuri... —Algo pareció calmarla a ella y a los guardias. Ella los miro, queriéndoles comunicar que la soltaran solo un momento. Los betas soltaron sus brazos por un momento. Ella se arrodilló frente a mí y, con sus manos aun temblorosas, tomó mis hombros y apretó con delicadeza—. Voy a un lugar lejano. Muy lejano.

—¿Mari ya no volverá a casa? —Mi voz sonaba triste, muy triste. Mamá decía que la tristeza era mala y dolía—. ¿Mari ya no nos quiere?

—No, Yuuri. —Acarició mi mejilla, como siempre solía hacerlo antes de dormir—. Yo los amo Yuuri, sobre todo a ti. Pero no podré volver.

—No quiero que te vayas... —Las lágrimas empezaron a recorrer sus regordetas mejillas—. Quiero que Mari siempre esté con nosotros.

—Yuuri... —Mari me apretó entre sus delgados brazos, escondiendo la nariz en mi cuello―. Siempre estaré en tu corazón.

—¿En serio? —pregunté. No sabía qué significaba, pero si Mari decía que estaría con él, ¿qué más daba?

—Si —aseguró mientras las lágrimas seguían bajando, una tras otra, con una sonrisa hermosa como las que solo mi hermana poseía—. Pero quiero que me prometas algo, Yuuri.

—Lo que tú digas hermanita. —Mis mejillas se tiñeron de un ligero rubor debido a mi pequeña emoción.

—Prométeme que siempre, siempre, siempre cuidarás a mamá y papá. —Sus ojos habían brillado—. Cuídalos hasta donde puedas hacerlo, Yuuri.

—Lo haré si eso te hace feliz. Si onee-chan es feliz, yo también lo seré —dije con la voz un poco quebrada. Aún quería llorar.

—Buen chico, Yuuri. —Acarició mi pequeña cabeza con sus dedos, y se puso de pie—. Podemos irnos.

Pude ver a mi hermana temblar por cada paso que daba. Ella no quería ir.

—Mari-nee —le llamé, a lo que ella respondió dando la vuelta ligeramente para mirarme. Tomé mi pequeño muñeco de madera, el cual poseía un pequeño oso de felpa en sus manos tiesas—. Te lo regalo. Para que jamás olvides que estaremos aquí.

Mi hermana solo me dirigió una cálida sonrisa antes de coger al muñeco en sus dedos, y luego encaminarse fuera de la casa, dándonos una última vista de su presencia en nuestro hogar.

  Mi hermana solo me dirigió una cálida sonrisa antes de coger al muñeco en sus dedos, y luego encaminarse fuera de la casa, dándonos una última vista de su presencia en nuestro hogar

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