Muerderers

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Asesinos

«Vengate, matalo, ¡Matalo!»

Aquellas palabras se repetían una y otra vez en su cabeza. Y él no daba mucha resistencia al deseo de cumplirlas.

Era su amigo Festus quien  las sugería, susurrando a su oído, como todos los días. Un dragón, eso era Festus, un dragón dorado que siempre le acompañaba, y el único que no quería hacerle daño ni le rechazaba por su estado mental. Todo lo contrario al maldito hombre que gozó de la muerte de su madre.

Ese bastardo lo pagaría. Moriría de la misma forma en la que su madre, y seria él quién lo goce.

Que empiece el juego.

Tomó el mechero que había sacado de la cocina y lo encendió sobre las cortinas de la sala. Las caras cortinas que el maldito había comprado con el dinero del seguro de vida de su madre, su adorada madre.

«Venganza, venganza, venganza»

—Así es mi amigo, venganza. Dulce venganza.

El latino tenía una mirada oscura y sonrisa torcida, llenas de locura y malicia. Pronto, se encontró fuera de la casa, admirando su obra. Las llamas consumían la primera planta, y abordaban rápidamente la segunda; podía escuchar los gritos de pánico de su padrastro.

Quemandose.

Sufriendo.

—Parece que el calor despertó al viejo...¿Crees que haya sido demasiado atarlo al sillón?

«Debe morir, lo merece»

El moreno soltó una risa seca, llena de burla y complicidad.

Cada grito que provenía del interior de la casa en llamas le hacía estremecerse de satisfacción.

Lo odiaba. Odiaba a aquel tipo que golpeaba a su madre, que lo encerraba días enteros sin comida o agua. Quería venganza, y eso conseguiría. Después de todo, el remordimiento nunca lo atacaba, no lo sentía. De hecho no sabía lo que sentía; hace mucho las palabras 'alegría' o 'tristeza', 'enojo' y 'tranquilidad' perdieron su significado, pues no las experimentaba. No creía que aquéllas emociones fuesen reales, tal vez se trataba de otra alucinación de las miles que tenía al día.

Sólo un juego de su mente.

Uno cruel de tantos.

A un costado pudo distinguir el sonido de sirenas, tanto de la policía cómo de los bomberos, también de un par de ambulancias.

—¡Fantástico! Festus ¡Tenemos espectadores! ¡Será aún más divertido de lo que pensé!— se regocijo, viendo cómo los vehículos de las autoridades se estacionaban frente a la casa. Al verlos, empezó a reír. Una risa escalofriante, cínica y raramente alegre, aunque seguía sin sentir cosquilleo alguno.

Siempre había sido bueno en eso, fingir emociones, cosas que no reconocía. Se giró a los policías, sacó su mechero y lo encendió en alto, como mostrando un truco de magia, algo fantástico de ver para cualquiera. Solo unos segundos después, ya se encontraba en el suelo, siendo esposado por un oficial, mientras otros cuatro le apuntaba con sus armas de dotación, alertas a cualquier movimiento brusco de su parte. Ya no tenía su fuente de fuego.

Pero él seguía riendo. Reía con locura y júbilo aterrador.

Fue arrastrado e internado en la patrulla policial, mientras los bomberos trataban de apagar las llamas y los paramédicos se preparaban para entrar en el inestable edificio y buscar cualquier sobreviviente.

Pero ya nadie vivía allí, Leo lo sabía. Su maldito padrastro estaba muerto. Aquél hombre que le dio una mala vida a su madre y una infancia de infierno a él ya no existía. Estaba pudriéndose en el Tártaro.

Broken (AU PJO Y HoO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora