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Y todo culpa de aquella noche, de un imprevisto que termino en la cama de aquél caballero. Oh, todavía podía sentir su perfume entre mis manos. ¡Y cuánto las anhelaba!, deseaba más que a cualquier libro de mi inmensa biblioteca que esas manos volviesen a tocarme, a hacer magia con mi cuerpo, a ponerme el mundo de cabeza. Algo adentro mío se retorcía al recordar ese suceso y sospecho que me sonrojo por sentirme así.

Cómo podía ser que una sola persona me provocara todo eso, que el mismísimo cielo e infierno se reencuentren en una misma alma.

No iba a negar lo impresionante de su figura, ni la manera en que se movía hacia mí como si me asechara, como si yo fuese lo que más deseaba en este mundo (y ojalá lo fuera). Me acuerdo del calor al sentir la proximidad de su cuerpo y ese vértigo entre las piernas mientras nuestras bocas estaban por colisionar. Fuera de cualquier otro pensamiento, sintiendo como una de sus manos me agarraba la nuca y tiraba ligeramente con fuerza de mi cabello, haciéndome soplar un gemido. Llevándome así a la cima, mientras su otra mano recorría mi cuerpo, trazando pequeños caminos por lugares que no solía habitar, haciéndome retorcer sobre su cuerpo cada vez más y más.

Y si hay algo que disfruté más de lo debido fue posar mis manos sobre su ancha y formada espalda, tocar con mis dedos aquella escultura de huesos y músculos. Jamás había sentido tanto placer con algo, menos con alguien y mucho menos que no provenga de algún libro o historia de amor. Fueron un sinfín de emociones que de un segundo a otro estallaron hasta terminar conmigo dormida sobre su pecho.

Dejar(te) ir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora