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La gente iba llegando y poco a poco el lugar se convirtió en una verdadera fiesta. Los mozos no paraban de recargar copas ni de aparecer con más bandejas de comida. La gente comenzaba a concentrarse en medio del salón y los diferentes bailes entre parejas dieron su inicio.

Emilio me guiñó un ojo desde la otra esquina mientras cortejaba a una pelirroja del sur de Londres, una muchacha que estaba en la plenitud de su juventud según había oído. Le devolví la mirada, dandole a conocer mi consentimiento sobre su elección.

Me acerqué a una de las mesas principales por una copa de vino blanco y comencé a beberla con gusto. Mientras mi paladar disfrutaba aquel deleite, alcé la mirada para presenciar la fiesta de la cual esta noche tenía la suerte de formar parte. De repente, hubo algo entre esa muchedumbre que capturó mi atención y sin dudas aquella no era cualquier cabellera morocha.

Dejar(te) ir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora