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Por fin me había marchado. Ah!...lejos de los suburbios de Londres todo se veía tan diferente.

Si bien no tuve mucho margen de elección a la hora de moverme junto a mi tío a las afueras de Inglaterra, no estaba del todo negado a seguir su mismo rumbo, aunque aquello fuese mi obligación. Eso implicaba escapar del caos de las calles y los gritos de los mercaderes a toda hora, quienes no conocen el horario meramente sagrado de la siesta. No más embotellamientos de carruajes para asistir al teatro o simplemente para llegar a mi trabajo. No más simpatizar con otros caballeros ostentosos en todo momento. Nunca más esos saludos cordiales y cortesías que ni los mismos aristócratas de sangre deben comprender. Todo aquello había terminado y le seguía una nueva fase que esperé con ansias.

Dejar(te) ir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora