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             (1 año después. Londres)

El sol pegaba con fuerza sobre mi frente y ya empezaba a sentir los primeros calores de la primavera. El sendero comenzaba a teñirse de verde y las flores de la mayoría de los árboles amagaban por salir. Era bellísimo. Todo el invierno había recorrido este mismo lugar una y otra vez y volver a verlo así ahora era como conocer otro nuevo.

No estoy segura de sí Thomas piensa lo mismo, el solo arruga la punta de la nariz y fija la mirada en el pasto mientras camina. A su silenciosa manera, disfrutaba igual de su compañía.
Se había vuelto una rutina muy agradable compartir estas largas caminatas unas dos veces a la semana. Nuestras charlas abarcaban desde el paisaje hasta los disgustosos pastelitos que hacía la Señora Popson. Thomas siempre escuchaba con especial atención y aportaba uno que otro comentario dotado de ingenio. Todo este semestre compartiendo el té de la tarde o asistiendo juntos al teatro, habían hecho de él alguien muy especial para mí. Su presencia me relajaba y me daba seguridad, algo que se sentía muy bien. Habíamos logrado consolidar una fuerte amistad y confianza.

En lo que refiere a su físico, admito que no era un hombre reconocido por ello. Su delgadez y palidez lo hacían parecer un poco más grande de lo que en realidad era; y esos pelos rubio oscuro que cubrían su frente ayudaban a resaltar el gris de sus ojos, los cuales caracterizaban a su familia.

No, no lo amaba. Tampoco sentía alguna clase de atracción física por él. Pero todos dicen que se aprende a amar y yo creo ir en el camino correcto.

Dejar(te) ir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora