i. todo nuevo

1.5K 82 7
                                    

— Por fin.

El edificio se veía moderno y demasiado frío. Perfecto para hijos de gente adinerada que deseaba independizarse. Claro que la tarjeta de papá lo pagaba todo.

Y yo no era la excepción.

Piso ocho. Las puertas se abrieron y dieron a un lugar lleno de cajas. Sucias cajas llenas de libertad. Olvidaba algo.

— ¿Cuánto falta para clases? -pregunté a George.

— Media hora, señorita.

¿Llegaría a tiempo? Corrí por el pasillo tratando se esquivar las cajas que por ahí se encontraban. Si mal no recordaba, era la tercera a la derecha.

— Dos libros acá, el traje por aquí, limpiaré esto, el cofre ¿dónde está? Uf. Bien, que tenemos aquí.

Una postal.

Debí quedarme varios minutos mirándola, supongo. George abrió la puerta y tuve que limpiarme las lágrimas que ni habían alcanzado a salir. Deslicé la postal bajo la almohada. Ya habría tiempo de verla otra vez.

Aunque había prometido no llorar otra vez.

— ¿Desea un pañuelo, señorita?

Solo tenía los ojos rojos.

La camioneta corría a mil solo para evitar una falta en mi primer día. George podía llegar a ser ridículo a veces. Una falta no me haría reprobar el año. Se lo decía una y otra vez, alberguando la esperanza de faltar ese día (y el resto del año si quisiese), pero lo único que recibía era el eterno 'ya sabe como son sus padres, señorita'.

Al menos ahora ellos estaban en Canadá y yo aquí, en San Francisco. No tan lejos como quisiera (¿quizá Rusia era una opción?), pero esto era algo. Había conseguido llegar aquí, aunque sea bajo sus condiciones.

Como encontrarlo, por ejemplo.

Entre tanto alboroto en mi cabeza, ya estaba frente al salón. Justo al lado de la entrada, pelea.

— Ni te creas tanto, solo estás aquí porque tu vieja se la m*** al director.

Eran dos chicos. Uno grande y enojado. Muy enojado. El otro, más pequeño, se veía despreocupado. Creo que eso enfureció al tipo grande, quien lo sujetó de los hombro al otro y lo lanzó hacia los casilleros. Estos causaron un gran ruido que el prefecto vino en un santiamén dando pitidos con el silbato. La multitud se dispersó y ambos chicos desaparecieron. El pequeño entró al salón que me tocaba.

— Vaya, suerte que ni fuiste a detención.

Entonces volteó.

Entonces mi corazón palpitó más rápido.

Entonces me arrepentí de haber dicho lo que dije.

Entonces hicimos contacto visual. Tenía los ojos más hermosos y profundos que había visto.

Unos ojos profundamente negros.

dark eyes ➳ l.tDonde viven las historias. Descúbrelo ahora