𝟬𝟬𝟵 la pacífica ambientalista

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" you were the one that killed your own men by believing that you could destroy everything without any consequences "

" you were the one that killed your own men by believing that you could destroy everything without any consequences "

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CAPÍTULO NUEVE:
LA PACÍFICA AMBIENTALISTA.




      El cuerpo de Eliza se embargó con ira en cuanto vio el estado de Kong. El animal se encontraba en el suelo, demasiado adolorido como para poder levantarse. Mientras tanto, Packard le comandaba a sus hombres con despiadados gritos que acabaran con la vida de la singular criatura.

      — ¡Packard!—, gritó James, corriendo hacia el hombre con la intención de volver a intentar hacerlo reaccionar. Eliza se dirigió directamente al animal, acariciando su cabeza e intentando no romper en llanto al notar las heridas en su cuerpo —. No lo haga—, advirtió, apuntando al coronel con su arma y los soldados lo apuntaron.

      Hank Marlow salió de su escondite entre la vegetación, apuntando a uno de los soldados con su arma mientras que posaba su espada en la garganta de otro —. Se los pedí bien la primera vez.

      —No queremos pelear aquí, Packard—, negó James.

      — ¡Esta bestia nos derribó! ¡Mató a mis hombres!—, acusó Packard.

      Eliza se separó de Kong, caminando hacia Packard. No obstante, James la detuvo al tomarla del brazo, y la chica se dejó detener solo para no empeorar la situación —. Él no mató a sus hombres, ¡usted mismo lo hizo al creer que podía destruir todo lo que quisiera sin sufrir consecuencias!

      —Kong solo defendía su territorio—, asintió James, intentando mantener una charla pacífica aunque tanto Packard como Eliza se lo dificultaban.

      — ¡Nosotros somos soldados! ¡Hacemos el trabajo sucio para que nuestras familias y compatriotas no tengan que temer! ¡Ellos ni siquiera deberían saber que existe algo así!

      —Perdió la cabeza. Baje ese detonador.

      —Oh, no. Claro que no, señor Conrad—, negó lentamente Packard. Caminó hacia el ojiazul, bajando la voz a un tono apenas audible —. Fue usted el que perdió la razón, señor Conrad, ¡dejando que su noviecita llenara su cabeza con la mierda ambientalista pacífica!—, volvió a alzar la voz, señalando a Eliza con furia mientras la pelirroja le miraba con desafío —. Nunca entendí para qué carajos una fotógrafa sin experiencia se embarcó en algo tan arduo como esto y, para colmo, ¡es pacifista! ¿Sabe algo? Esto se lo dedicó a usted, señorita Somer—, entonces, la luz roja del detonador fue encendida y un fuerte pitido salió del aparato.

      — ¡Alto!—, intervino Mason —. El mundo es más grande que esto.

      —Perra, ¡por favor! ¡Fue más que suficiente con tu amiguita!—, interrumpió Packard y Eliza le hubiera dado un golpe si no fuera porque su propia amiga le impidió hacerlo —. Slivko, ¡sácala de aquí!

      Eliza observó al chico con el que había compartido gran parte de su viaje, depositando vagas esperanzas en él. A pesar de ser algo cruel, poseía un corazón. La duda emanó del chico con la bandana roja y la pelirroja supo que, tal vez, él podría acabar de su lado.

      Sin embargo, su respiración quedó atrapada en su propia garganta cuando Slivko se dio la vuelta y apuntó con su arma a Packard —. Baje el arma, señor.

      — ¡Packard!—, llamó James cuando notó que el hombre iba a tomar su arma, advirtiéndole que no lo hiciera. En cuestión de segundos, todas las armas bajaron, menos la de James hacia el coronel —. Vamos, se acabó.

      Pero entonces, un sonido captó la atención de todos, enviando escalofríos a la espina de Eliza cuando olas emanaron del centro del lago frente a ellos. El agua pareció explotar, brindándole la aparición a lo parecía ser un trepa–calaveras pero mucho más grande que los anteriores.

      —Ese es el grande—, anunció Hank.

      —Retrocedan—, ordenó James, mientras la criatura rugía hacia ellos —. ¡Vamos!

      Y, a pesar de que Eliza no quería abandonar al hombre, Mason se aferró a su mano y tiró de ella, obligándola a correr junto con ella en la dirección contraria.

      Al encontrarse en la entrada del bosque, Mason se detuvo y utilizó su cámara para observar al trepa-calaveras y a Kong luchar entre ellos. Mientras, Eliza buscaba con la mirada a James Conrad, soltando un suspiro aliviado en cuánto sus ojos se encontraron con los azules.

      —Kong está herido, ¡vamos!—, apuró James, posando su mano sobre la cintura de Eliza e incitándola a correr, pero ella se negó al notar que su amiga no parecía ser capaz de soltar la cámara.

      James fue rápido. Tomó la cámara de la chica y la quitó de delante de su rostro para empujarla y obligarla a avanzar, manteniendo su mano sobre la cintura de Eliza e imitar la acción.

      Los tres, junto con un par de soldados, corrieron hasta donde se suponía que se encontraría el barco, para encontrarse con que éste ya se había marchado. Un nudo se formó en el estómago de Eliza al presenciar tal situación, y miró hacia delante con una esperanza que murió al instante cuando ni siquiera se veía el vehículo a la distancia.

      —Aquí termina la isla—, balbuceó James, ahogado por la incertidumbre y la idea de tener que quedarse allí por el resto de sus vidas —. Weaver, súbete a esas rocas y dispara una bengala. Con suerte, Brooks la verá. Ganaremos tiempo.

      Mason comenzó a correr y Eliza se dio la vuelta, con la intención de seguirla, pero James la tomó por el brazo y la mantuvo a su lado.

      — ¿Qué?—, cuestionó la pelirroja, su ceño fruncido ante la confusión de la situación.

      — ¿A dónde vas?

      —Con Mason—, contestó Eliza, aunque sonó como una pregunta.

      —Tú te quedas con nosotros—, negó James, antes de bajar su agarre hasta su mano y volver a tirar de ella —. Por aquí.

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