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Tal vez debí hacer algo... Pero ella había secuestrado a Liv... No, me niego a creer que Reachell sea capaz de hacer algo así... ¿Y si lo hizo? Entonces tuvo su merecido. Aun así no entiendo por qué me siento culpable si se supone que hice lo correcto.

Adam no dejaba de darle vueltas al asunto una y otra vez en su mente. Caminaba en la habitación de Liv de un lado a otro, donde últimamente la había pasado.

Estaba molesto, confundido, culpable y vacío. Todo en él era un complot de emociones sin saber exactamente qué debería sentir. O por qué lo sentía. Una parte de sus pensamientos decía que no había hecho nada malo; Reachell le rebató a su hermana, así que no debería sentir culpa. Pero la otra parte le gritaba que eso no era verdad, que la chica no era capaz de eso. Además, no dejaba de repetirse la promesa que hace años le hizo a Leyla haciéndolo sentir peor.

Todavía tenía presente el momento en que le prometió a Leyla no hacerle daño a Reachell. Ella se lo había insistido de una manera desesperada, como si temiera que algo fuese a pasar. Él, aunque un poco confundido, lo había prometido. Pero falló la noche en que la asesinó y también, ayer por la mañana cuando dejó que se llevaran a Reachell.

No sabía qué hacer. Nunca había estado tan confundido y molesto como ahora, y no tenía idea de cómo luchar contra esos sentimientos.


~~~~~~*~~~~~~


El cuarto era enorme, demasiado que incluso él se veía como un niño pequeño. Estaba acostado en una espaciosa cama de color dorado como para seis personas, era elegante y bastante cómoda. A su lado derecho una larga ventana estaba escondida por cortinas del mismo color, las paredes lucían un brillante tapiz rojo, y del techo colgaba un llamativo candelabro que podría ser oro puro.

La cabeza le dolió cuando intentó incorporarse y soltó un quejido al poner un pie en el suelo con el propósito de salir a averiguar donde se encontraba.

Al hacerlo, unas fuertes cadenas se lo impidieron. Se giró sobresaltado y con una mirada temerosa.

Comenzó a jalar las pesadas cadenas con una desesperación alarmante. El ruido metálico que producía era lo bastante fuerte para hacerse oír en cualquier lugar.

Jaló una y otra vez, sin importarle el dolor que le produjera. Su muñeca, ahí donde un aro de metal lo sujetaba, comenzaba a sangrarle.

—¡No, maldita sea! ¡No otra vez! —Gritaba eufórico mientras luchaba por zafarse.

Sus venas se le marcaban con cada esfuerzo; su muñeca sangraba cada vez más hasta que unas gotas rojas cayeron a la elegante y limpia cama; sus gritos se volvían más desesperados y llenos de pánico; su sonrisa había desaparecido dándole paso a una expresión de terror.

De pronto, entre el ruido metálico y los gritos, un hombre alto de semblante joven y cabello castaño, entró en la habitación azotando con fuerza la puerta para que éste dejara de luchar. Y eso hizo.

Sus ojos dorados observaban sorprendidos al hombre que tenía frente a él. Era como si el miedo de hace unos minutos se hubiera vuelto real.

—Te has lastimado —habló con dulzura mientras le sonreía y se acercaba a el chico. Éste retrocedió lanzándole una mirada de odio, como si de esa manera pudiera ocasionarle daño.

—Aléjate, maldita sea.

El hombre asintió y se detuvo ante sus palabras un poco dolido.

—Tranquilo, Scott. No te haré daño —la voz del hombre era amable, pero aun así el chico no parecía confiar en él. Se mantenía pegado a la pared, lo más lejos posible del hombre—. Después de tanto tiempo... Por fin te encontré.

Adam [¡DISPONIBLE EN FÍSICO!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora