Nota 3

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Escrita frente al mar mientras yo jugaba con las olas. Usó una lapicera color rojo que se va quedando sin tinta. Cuando lo vi escribiendo le dije que me la leyera de inmediato, él se negó con autoridad, "es para cuando no este yo". Esas palabras se me quedaron grabadas, ahora tienen otro sentido. El resto de la tarde hice un esfuerzo para olvidarme que tenía una carta para mí. Antes que se bajara del auto le dije que me debía algo, me dio un beso, y le recordé "la carta", "no es una carta, y ya la tenes, buscala". Lanzó una de sus sonrisas irresistibles, cerró la puerta y se fue. Revolví todo el auto sin dar con mi joya. Lo odié todo el camino a casa. Más tarde, cuando retomé la novela de Mairal la encontré oculta entre sus páginas.

Te voy a confesar que el mar me da un poco de miedo. La brutalidad del choque contra las piedras. Su bramido de bestia. Lo que oculta debajo de sus aguas, en lo más profundo. Su inmensidad y esa posibilidad de que te deje a la deriva. También es frecuente morir de sed. Ahora, con vos el mar es distinto. Parece amigable. Se vuelve tentador. Nadas hasta casi desaparecer de mi vista. Me preocupa porque las olas te van llevando, el mar te empieza a tragar sin que te des cuenta y cada vez estas más lejos de la orilla. Y entonces para mi tranquilidad volvés, braceas hasta la costa, respondes mi señal con tu brazo baliza. Te sienta bien la sal, hace juego con tu blanca y delicada piel.

Quizá nunca pueda olvidarme de este domingo. Será eterno; por un lado bendición y por el otro maldición.

En la agencia lo voy a evocar para quitarme de encima el cansancio y el tedio de esas charlas ejecutivas donde las palabras se miden por cuánto consiguen vencer. O vender. ¿Cuánto dinero generan mis palabras? ¿Cuánto cotizan mi eslóganes? Con vos no se miden en pesos, sino en valor, la fuerza de capturar el instante. La sonrisa que tuviste cuando subimos al auto, me miraste y dijiste que estabas enamorada. Con esa bandera ya en lo más alto ¿qué puede salir mal? Te besé sabiendo que sería el mejor domingo posible.

O cuando camine por la ciudad y sea parte de la marcha del progreso, de acabar con el otro, del ritmo monótono de llegar primero. Con cuánto placer voy a fugarme hacía vos. A tu perfume y el del mar. Y en como bailabas con las olas, y las olas te bailaban a vos. Y no había prisa. Sino la serenidad de los pajaritos que vuelan. Voy a evocar este domingo entero, desde que me despertaste con una caricia hasta pisar la arena descalzos.

Va ser una manera de resistir. Porque de los siete días de la semana sólo tenemos uno para darnos todo lo que se junta en los seis restantes. 

Tener estos recuerdos es también la maldición. La de sabernos cobardes. Ambos. Yo con mis hijos y el miedo a perderlos. Gustavito solo tiene cinco.

La maldición pesa en la semana pero no sólo ahí. Pienso cuando venga en el verano a esta playa. ¿Cómo no pensar en vos? ¿Cómo no querer tenerte? Voy a estar en dos lados. Allá con vos y acá con ellos. Y en verdad, en ninguno de los dos lados. Ni allá con vos, ni acá con ellos.



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A mis lector@s les agradezco cuando dejan sus propias notas en los comentarios. Ni hablar cuando vienen con votos y recomendaciones. Los leo y aprecio mucho. Abrazo

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