Nota 15

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Escrita con lapicera en un bloc de hojas lisas. Me las dio en la mano al salir del departamento; me miró a fijo y dijo en tono serio "cuidado".

Antes de tocar la puerta ya tenía en mi cabeza todo un plan de lo que iba a hacerte. Era la cosa sucia y clásica que me fascina: comerte la boca, tirar el sombrero, subirte a mi cadera, agarrar tu espalda con los dos brazos y revolearte por los aires a la cama. Agarrar tu tobillo cuando busca escaparse gateando hasta la esquina. Ese tobillito de gatito que quiere escapar pero no quiere. Quitarte la ropa pesada y obligarte de a poco a desnudarte, mirarte. Tocarme, darte la orden de tocarme, que bajes a succionarlo, con cuidado, yo te ayudo haciendo un remolino con tu cabello para que no te atragantes. Llevar los dedos hasta tu coño, dejarlos ahí, a la puerta, apenas moviéndose lo suficiente para que los desees, mirar tus ojos ardidos sin que entiendan. Cruzar los dedos y hundirlos, ver tu boca abierta exhalando un vapor tibio que es puro deseo. Saltar encima tuyo, estirarte los brazos, correr con mis muslos los tuyos, abriéndote cada vez más, pasar con lentitud mi pene por tu campo magnético de venus. Irme dentro, penetrarte, perforarte sin dejar un centímetro de espacio para el mañana. Exhalar. Ir cada vez más hondo hasta acabar y desplomarme.

Pero lo hermoso - o temerario - de vos es que los planes no sirven de nada. Las cosas ocurrieron de la siguiente manera, las describiré detalladamente porque creo que vos no estabas del todo presente. O mejor dicho, estabas poseída, que es otra forma de estar. Una forma que me resulta harto más peligrosa. Y también adictiva.

Toqué varias veces la puerta. Nadie respondía. Esperé unos minutos hasta que decidí girar el picaporte. Abrí despacio, con un principio de misterio. La habitación me pareció más oscura y roja que otras veces, las ventanas estaban todas cerradas y había velas encendidas. En el sofá me miró una mujer acostada a lo largo, con guantes de color rojo y unas ligas negras. El pelo le caía hasta tapar los pechos.

Cerré la puerta y dejé el sombrero en la mesa. Me quité los zapatos sin quitarle la mirada a esa mujer, estaba oscuro pero nos veíamos bien, como hipnotizados, desprendí los botones de mi camisa y corrí la hebilla del cinturón que se abrió soltando los pantalones al suelo. A esa mujer le pareció divertido, hizo un leve sonido de risas y corrió su posición: junto las piernas tocándose a la altura de las rodillas, donde hizo descansar las manos. Levantó la pera apenas para mirar de una manera malévola y la corrió hacía el rincón del sofá que estaba vacío, pude entenderla sin necesidad de palabras: esto se demoraría un poco.

Me senté ya con los calzoncillos elevados hacia el señor. Ella tocó un poco el área como asegurándose que el contenido fuera un pene. Abrió la boca grande, se la tapó con la otra mano y cuando quise saltarle encima me detuvo con las dos manos en mi pecho. Pero en verdad creo que fueron sus ojos abiertos como los de una medusa lo que me detuvieron. Lo hizo con una fuerza a la que no pude oponer resistencia.

Se quitó el pelo de los pechos, descubriendo que las tetas estaban desnudas y esperaban ser adoradas. Acerqué mis manos, una para cada pecho. Ella sonrió como si estuviera haciendo las cosas apropiadamente. La sonrisa no tardó en convertirse en un gemido sutil, casi imperceptible al principio, apenas un temblor en las vibraciones del aire, apenas más sonoro que la danza silenciosa de las llamas de las velas. Los labios de ella besaron mis dedos. Guíe mi lengua en círculos, dejando salir contenidamente un poco del hambre de morderlos. Algo de presión, solo un poco, bastó para que ella se estremeciera y hundiera su mano en mi calzoncillo, como ofreciendo su pago en contado efectivo.

Guiado por su dedo índice me recosté sobre el sofá, apoyé la cabeza apuntando al techo y cerré los ojos.  Yo tenía los ojos cerrados pero veía con más claridad que nunca el mundo donde estaba. Era el infierno y tenía un ángel caído devorando mis pecados.

El calor de los labios fueron bajando por el cuello, marcando cada rincón de mi piel. Los lunares del esternón le parecieron agradar en sobremanera al demonio rojo. Luego bajó hasta el ombligo, y más allá, esquivando el gran pene erecto que apuntaba levemente hacia la izquierda y brincaba sobre sí mismo para llamar la atención. Debía esperar. El calor siguió hasta la ingle, por los muslos derechos se deslizó hasta detrás de las rodillas, con una suavidad elemental. Mientras las dos manos subieron por las piernas y se agarraron del pene como si fuera el mango del martillo de Thor.

Salté del placer y abrí los ojos; el techo me decepcionó. De inmediato cerré de vuelta los ojos y volví a ese infierno. El ángel seguía a mis pies, arrodillado, con su cabeza entre mi sexo dando lamidas al pene que se tragaba lento y con sorprendente hondura. Sus manos agarraban las partes laterales de mis muslos como si hiciera falta amarrarme al pecado.

No sé cuánto tiempo estuve ahí, cuando se acabó - todo termina alguna vez - pensé que no había sido suficiente. Nunca lo sería.

Luego se detuvo en seco, yo estaba demasiado relajado para moverme. Tampoco abrí los ojos que querían seguir alejados en aquel infierno. Permanecí a la expectativa, entonces sentí que al frente mío algo emanaba calor. Llegaba una tibia e inconfundible energía, como si las llamas de las velas hubiesen crecido de golpe a mis narices y ahora calentaban mi rostro. Sin abrir los ojos despegué la cabeza del sofá y mi nariz se incrustó en un sexo humedecido. Mi lengua se activó como un ojo, por toda la fuerza que le daba mi cuerpo quieto. El ángel bajó la espalda y apoyó las manos cruzadas en la mesa para descansar, al tiempo que subía la cola, desnudando del completamente el sexo que ahora mi lengua saboreaba sin reservas.

El ángel volteó y apoyó las rodillas en el sofá para sentarse encima mío. Acerqué un poco el pecho para sentir el roce de su cuerpo hirviendo. Los pezones crispados me rasguñaban como si fueran garras. Entonces su mano calo la base del mango del pene y lo orientó hacia adentro. Ella suspiró largamente, al mismo compás lento que entraba el pene, meneó la cadera y cada vez entró más, de a poco el movimiento se instauró en un ritmo de baile pequeñito, minúsculo y delicioso.

- Di algo a tu reina - fue todo lo que dijo la voz del ángel, que parecía venir de lejos.

Por nada del mundo abriría los ojos. Tampoco estoy seguro de que pudiera. Sentí que servía a una deidad del inframundo.

- Alabada seas - susurré con timidez como habiendo olvidado el habla.

- Alabada seas - dije unos segundos más tarde, recuperando algo la capacidad de hablar,

- Comeme todo, soy todo tuyo - dije decidido.

- Debora todo, no dejes nada, acaba con tu servidor, mi vida es tuya, quítalo todo.

Con mis plegarias los movimientos de su cadera iban creciendo. Subía y bajaba violentamente. Su sexo húmedo se regocijaba en el salto y mi pene respondía endureciéndose más aún. La agarré de las caderas pero me hizo retroceder hasta que dejara las manos en lo alto del sofá, como encadenado por sogas invisibles.

- Dios, te doy a dios, dios, quita a dios de mi vida - en ese punto sentí que era irreversible, al frente mío llegaba el punto de no retorno, mi mente y el corazón se explotarían si no eyaculaba.

- Solo quiero - me vine adentro de ella que seguía saltando, desentendida, cada vez más grande.

- Solo quiero - suspiré exhausto, todavía seguí otro poco más.

- Solo - apreté los puños, casi llorando del dolor, el pene me ardía por dentro como si lo estarían mordiendo las llamas del infierno.

- Quiero - solté un chillido último.

- A vos - terminé de eyacular y descubrí que podía abrir los ojos, lo hice con gusto como si hubiese vuelto de un lugar ya sin esperanzas, mis hombros se aflojaron de golpe como si antes estuvieron amarrados con cadenas de acero.

Cuando abrí los ojos y te vi estaba convencido de que eras otra persona. ¿Qué esperaba encontrar? ¿El ángel del infierno? Sonreíste, gigante y deseosa de más, parecía que eras más joven que al comienzo de la noche. Incluso que al comienzo de nuestros encuentros. Tu energía me dio algo de miedo. Necesitaba descansar. Alejarme. Escribirlo para entenderlo.

Me quise levantar para buscar un vaso de agua pero no pude. Las piernas me temblaban. Me quedé sorprendido; solo había estado sentado. Vos te levantaste y caminaste desnuda hasta la cocina. Tu cola hermosa se fue y volvió con dos vasos de agua. 

El sombrero quieto en la mesa se parecía a mi. 

Notas en el refrigeradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora