Entre el petricor susurré cosas que ahora creo estupideces sin sentido. Entre la lluvia pensé en la posibilidad de ahogarme por la efervescencia de los charcos a mi alrededor, y quizás, sólo quizás, mis malos sentimientos dominaron mi mente por un segundo, ya que de la nada pude ver como hasta el paraguas que saqué de la basura se reía de mí por ser más relevante en el mundo que yo.
Toqué tu mano, sintiendo firmemente cómo las mil y una mentiras de las que mi cerebro se arrepentía, crecían. Ellas comían de tu acendrada piel ante mis ojos, como si fueran demonios, como si fueran mis demonios.
Le disparé a un ángel y no lo salvé, en cambio agarré sus dedos y me fundí en un sueño eterno junto a él. Acariciando su piel, gimiendo en sus brazos, actuando como el detonante de la epifanía de un corazón enjaulado. Murmurando incoherencias con una sonrisa, observando en un sueño etéreo el tacto desdichado de mi ser pecador.
–¿Aprendiste la letra?–Tu meliflua voz ahoga un suspiro en mi mente, dejando fantasear mi podrido ser en tus labios secos por el frío (a pesar del calor que siento cada vez que estoy a menos de diez centímetros de ti) y tus ojos nerviosos en el piso.
–N-No lo sé.
Me acerqué y me deshice de las miles de capas de ropa que solías usar. Doloroso para mí, sintiéndome egoísta al querer más de lo que no debía observar, de lo que no podía tener. Ahogaste un respiro en mis labios, y juntamos nuestros dedos de manera perfecta.
Irreal, eso era. Fantasía sempiterna la de tocarte y adorarte libremente. Me duele, duele tenerte a mi lado sin prestar ni un mínimo de atención que el amor que me asfixia necesita desesperado.
–¿Estás bien?–preguntas, con una mueca descaradamente perfecta y tentadora para mis impulsos–estás raro hoy.
Y entre la lluvia besé tus labios etéreos, con la necesidad de romper cada parte de mis sentimientos con un ósculo que creí imposible. Entre suspiros y la luminiscencia de mi corazón completo, mordiendo, arrancando de mí cada parte de la retahíla de deseos que me atormentan hace más de tres años, me pregunté cuánto más podría aguantar sin tocarte y adorarte como lo mereces.
–No ocurre nada, Soraru-san– sonrío, lamiendo insanamente la parte interna de mi mejilla.
Quiero besarte fuera de esos sueños desesperados, fuera de un desenlace donde un villano con pensamientos abyectos cae en frente del ángel, y le salva ignorando cada pecado que trae consigo.
Le disparé a un ángel y besé sus labios, atesoré su acendrada existencia y la ataraxia de su personalidad se perdió entre mis suspiros. Quiero destrozar esta falsa barrera de sueños etéreos donde podríamos ser felices si yo dejara de ser un idiota.
Me acerco a tus labios, y tú no haces nada para separarlos...
A veces creo que mi mente sólo crea mentiras que duelen y duelen más de lo que creo poder soportar.