El día que conocí a Mafu-kun, nunca pensé el inexplicable valor que tendría en mi círculo de amigos, mucho menos la importancia que tuvo para alguien como mi superior, pero sobre todo, para mí. Estaba en la estación de tren, junto a Kashitaro y Soraru. Íbamos sin rumbo, era fin de semana en la noche y las nubes amenazaban con una llovizna ligera, la primera del año. No había mucho que hacer cuando vi el metro acercarse, las calles estaban vacías, pero el vagón estaba completamente lleno. Aun así, Soraru encontró un lugar donde sentarse, excusándose de que cuando viera a alguien que lo necesitase, lo cedería. Pasaron algunos minutos, pensaba que el metro no podía moverse más lentamente. Era un viaje aburrido y sin razón alguna. Por mucho que Kashitaro hablara de algunos temas de moda o de cosas como: "el clima es muy bonito, ¿eh?" (siendo esto una estúpida mentira) nada podría quitar el sentimiento de insipidez que sentía revolotear sobre mí. Volteé la vista un momento a la ventana, la llovizna se había hecho más intensa. No era un tren subterráneo, lo que me daba la libertad de ver el deprimente paisaje de invierno que consumía a la ciudad (y a mi vida entera, incluso ahora, que ya no es invierno).
La maquinaria se detuvo, no muy lejos de donde empezamos, dejando pasar rápidamente el flujo de gente que entraba y salía, haciéndome perder el equilibro patéticamente, siendo salvado reiteradamente por mi amigo de cabello castaño.Soraru ya no estaba en su asiento. Se había levantado de un momento a otro, perdiéndose de mi vista que hasta hace un momento estuvo fija en él. Me pareció extraño que nadie se sentara en este después de su "desaparición" momentánea. Segundos después una pequeña grieta entre la gente se abrió, y dejó ver a mi superior de cabello azulado, a cuestas con un joven albino. Kashitaro miró extrañado, pero mucho no podíamos hacer con tanta gente al rededor de Soraru y el casi desmayado chico de cabello blanco. Los ojos curiosos terminaron impidiendo nuestro paso, así que me limité a observar cómo mi amigo ordenaba a esa persona en el asiento de tren, lanzándole aire con una revista vieja.
Nunca había observado su rostro preocupado, me molestaba que ese desconocido tomara más protagonismo que yo en mi imaginaria vida amorosa con el azabache. Aun así, no hice nada, y de eso me arrepiento hasta ahora. Porque mi vida se ha basado en esperar y observar el mundo pasar frente a mis ojos.–¿Desde cuándo eres tan apegado a los desconocidos?–Le pregunté, Soraru seguía caminando con bolsas en las manos. Yo le ayudaba con una pequeña, sólo para no sentirme inútil y estar con él unos minutos a solas. A pesar de mi intento de buena voluntad, no me miró en ningún momento. Él siguió caminando, sin prestarme atención.
No volví a hablar por esa noche hasta llegar a casa de Soraru, donde esperaba el albino, ajeno a nosotros, inconsciente en el sofá, siendo vigilado por Ito Kashitaro. El desconocido seguía inconsciente en el sofá, llevándose la atención completa del azabache, y la ayuda de mi castaño mejor amigo. Estaba tan celoso en ese momento, que me quedé en un sillón apartado, siendo ignorado olímpicamente por mis supuestos mejores amigos. Todo por ese albino entrometido. Pensé, con evidente molestia cruzando mis brazos por sobre mi pecho.
En ese tiempo yo era un chico muy infantil, buscando la completa atención de la persona que me gustaba. En parte, también era muy egoísta, queriendo ser la atracción principal en un entorno no muy cómodo para nadie.–Amatsuki–me llamó Soraru. Yo levanté la cabeza, reponiendo inmediatamente mis pensamientos positivos de siempre—¿Podrías traer un plato con agua fría?
Miré de reojo al albino, lleno de aspereza inefable en su contra. En ese momento no era la persona que más quisiera en el mundo tener cerca. Yo era como un niño el cual tendría un nuevo hermano y perdería celosamente el amor de su madre. Al menos, así me sentía, aunque siempre hubiera estado al lado de esas personas.
El de ojos rubíes se veía más lúcido cuando volví con el agua. Él miraba a todos lados asustado. Seguro que lo estaba, no nos conocía, éramos nuevos para él. Unos completos extraños tal y como él lo era para mí.
Estaba pálido, temblaba y hablaba incoherencias en voz baja. Soraru se veía en una situación difícil, no era bueno tratando con personas nerviosas, siendo él un gran exponente del sentimiento. Era lo único que yo podría decir con cierta seguridad de Soraru, era y es la persona más nerviosa que he conocido, seguido del albino, en ese tiempo, desconocido.