Estás a mi derecha en el mismo auto de siempre, veo que la correa del reloj golpea tu muñeca delgada en cada salto de las ruedas. Mis manos sudan entre mis piernas y bajo la mirada con timidez desmedida. El lúgubre ambiente al interior del vehículo me asfixia entre el aroma a cerveza barata y perfume de más de una mujer.–¿Ocurre algo?
Medio bebido, tus ojos desorbitados me analizan en una breve ojeada soberbia antes de volver al frente; donde el ventanal nocturno me causa más dolorosa melancolía de la que ya las insuficientes luces de ciudad producen. No digo nada, no puedo, no debo; no me concierne meter la nariz en tu vida por mucho que duela.
El cielo no es azul, la negrura de mi corazón es reflejada en una desagradable noche de invierno. Miro tu cuello y suelto un suspiro cansado, el labial rojo se marca en su camisa desabotonada, y me muestra la lengua imaginariamente.
No debería dejarte conducir estando borracho, no quisiera que tu vida acabara en un choque nocturno y yo fuese el culpable. Por mucho que te desee odiar por tener los labios llenos de mordidas de mujeres a quienes no les conozco, pero considero una prostitutas sin sentido común. Quisiera gritarle a esos rostros distorsionados «¡él sólo es mío!», pero esa afirmación es completamente falsa.Toco mis labios, y siento por el retrovisor tu mirada, porque seguramente si miraras directo yo vomitaría la inexistente cena latente en mi garganta. No entiendo por qué me llamaste si tú terminarías llevándome a un destino incierto, pero con un viaje silencioso y asfixiante.
–Mafumafu.
El auto se detiene, y yo creo que quizás el alcohol te tiene loco y me afecta a mí. El edificio de tu departamento está al otro lado de la acera en la que te estacionas, y con la mirada que no puedo seguir me pides que entre.
¿Es una broma? ¡Tienes la boca hinchada de tantos besos desconocidos y el asqueroso aliento a cerveza lastima mi frágil sentido común! El motor se apaga, tú te levantas a encontrones con la puerta. La única posibilidad que veo es escapar de esta situación volviendo a mi casa a media ciudad de distancia caminando a las nueve de la noche, y en verdad lo considero hasta que tus ojos cansados chocan con los míos en mi lado del automóvil. La puerta está abierta, mi cuerpo desea sentir la calefacción del motor apagado, pero no ocurre, tiemblo y pongo la excusa del falso clima invernal de mi condenada mente.
–Vamos–tu voz se arrastra en el solitario ambiente y tu mano agarra fuertemente mi brazo. Me invade el miedo de malos recuerdos, no puedo reconocer la espalda de Soraru mientras tira de mi extremidad forzosamente. No cerró el seguro del auto, pero no digo nada como en toda esta mala velada, los sentidos sólo se fijan en el doloroso recuerdo de sus largos dedos marcando en rojo mi blando brazo.
El olor a perfume y alcohol me dan náuseas en el espacio cerrado de éste ascensor, cinco, seis, siete pisos, departamento doscientos once, me sé cada uno de los números que te rodean, menos el de cuántas mordidas hay en tus labios y cuello, prefiero ni siquiera fijarme en ellas. Sufro de una claustrofobia forzadamente falsa, pero si es para mantenerme contradictoriamente a tu lado, fingiré mi inexistente alegría sobre tu estilo de vida. Ahora sí se preocupa de cerrar la puerta tras de él luego de soltarme, ahora mi única escapatoria de su borrachera es lanzarme por la ventana y morir entre las rosas blancas varios pisos bajo ésta.
Fuerzo mis dolorosos sentimientos bajo esta fachada de inocencia fingida, no digo nada, sé lo que piensas con sólo ver tu cuerpo y la dirección de tus pies. Nunca dejarías nada por mí, y no entiendo las acciones de esta noche. Duele, y siento ganas de llorar.
–Voy al baño-susurro, y no respondes a pesar de ser mis primeras palabras esta noche. Cumplo mi frase simple, y cierro el cerrojo con las manos temblando.