Nunca he entendido los sentimientos ajenos, gracias a esto a menudo mis cavilaciones se dejan llevar por mi gran mente negativa. Suspiro y creo que te diste cuenta de mi desánimo, me limito a bajar la cabeza, como siempre. Fácilmente puedo esconder los malos pensamientos que me atormentan de vez en cuando, como a todas las personas, pero realmente deseo algún consuelo que me conforte, a pesar de no ser nada especial.
Nunca he entendido los sentimientos ajenos, quizás sólo porque ni siquiera puedo entender los míos. Nunca podría haber pensado en ser amado por alguien siendo de la manera en que soy. Nunca he estado satisfecho con mi cuerpo y personalidad, pero tú sigues elogiando de una manera patosa cada cosa que hago.
A veces es una molestia, lo admito. Como en este momento, sólo ha pasado un minuto y ya te acercaste más de lo normal. No quiero mirar tus ojos y ver mi asqueroso reflejo en ellos. Me hace sentir celoso esa dulzura de las yemas de tus dedos cuando ocultan mis lágrimas ante los otros.No soy un hombre "débil", tampoco uno abiertamente sentimental. Poseo un nulo deseo de cariño, o quizás, yo realmente soy un cero a la izquierda cuando se trata de afecto. Pero soy un humano, también puedo llorar, también puedo sentirme mal, y sé que bajo esta máscara de indiferencia se encuentra la persona que tú dices amar fervientemente. No digo nada como respuesta cada vez que lo haces. No sé si es una broma hacia mi orgullo, o un elogio, por eso cada vez respondo de manera hostil por culpa de la vergüenza.
–¿Qué ocurre?
Los colores se alojan bajo mis ojos, no puedo soportarlo. Sólo me preocupa no levantar la vista. Tengo miedo de que revises cada una de las condenas de endivia hacia ti que poseo de manera furtiva en mi corazón. Late fuerte, retumba hasta mis tímpanos, tus dedos suaves aplastan mis mejillas. Tu pecho galopa contra mis pobre mejillas, y por un segundo no sé quién está más nervioso. En una ilusión abro los ojos, y río al ver todo oscuro entre la tela de su cuello.
Me siento débil y saboreo mis dulces lágrimas junto a tu tacto. Te odio, pero hundo mi rostro en tus clavículas duras. Me reuso a mostrarme más patético, y me escondo. Soy un hombre adulto que actúa asustado de la persona que ama, y la única manera que encuentro de recuperar esa estúpida dignidad, es desaparecer en una sensación escasa.La distancia se esfuma al igual que el orgullo, y tú sólo me aprietas la espalda más en contra de tu pecho plano. Mis mejillas se mojan junto a tu delgada bufanda, y ríes sin saber el porqué de mis acciones. Cómo siempre.
–¿Qué ocurre, Soraru-san?–Susurras en mi oído, la gente mira raro. La lluvia cae en tu cabeza y me proteges estoico ante la humedad. El petricor y el aroma a tu cuerpo se aferra a mis pulmones y ya no puedo dejar de llorar por tu culpa. Mi cuerpo se siente húmedo. La lluvia se retuerce en contra del piso. Las personas nos miran extraño, y yo sólo me aferro a tus brazos desesperadamente. No puedo soltarte, no quiero mirar la distancia de nuestros corazones latiendo. Sólo aprieto la carne de terciopelo cubriendo nuestros pechos. Tengo miedo y no quiero a ver tus ojos, que seguramente me miren con sincero amor.
Nunca he entendido los sentimientos de los demás, pero no puedo evitar aferrarme por horas a tus brazos sólo para proteger de la lluvia la metáfora que azota mi triste corazón.–No es necesario que me mires, Soraru-san.
Sólo me paseo entre tu sonrisa y tomas mi mano confiadamente. No levanto la vista hasta que la lluvia borra este rastro de errores que cubre mi rostro.
A veces te odio y otras no tanto, de vez en cuando saboreo tus lágrimas y tú las mías. Ya casi nunca me escondo en tus brazos, pero atesoramos cada momento entre la tormenta de nuestros corazones. Un abrazo de media tarde entre y después de la lluvia. Sólo mis mejillas terminarán ardiendo junto a tus puros sentimientos.