4° Sakura

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Lo que siempre quise decirte
Es lo mismo que ahora: nada ha cambiado.
Cariño
Para no perdernos, seré yo quien elija el camino.

Koe wo shita no wa —Aiko.

La música fluye en el aire, resuena en el aula, llena el cerebro de notas cantantes y el alma de imágenes perfectamente orquestadas y coloridas

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La música fluye en el aire, resuena en el aula, llena el cerebro de notas cantantes y el alma de imágenes perfectamente orquestadas y coloridas.

Yuuri Katsuki puede ser un poco —nótese la condescendencia— tonta. La torpeza arraigada junto a su nombre como una marca o distinción personal. No obstante, puede llegar a ser una verdadera genio si se lo propone.

Es pésima en las matemáticas, pero tiene la mejor resistencia en clase de deportes. Tiene la capacidad innata para tropezarse con sus propios píes de forma incomprensible para el resto de los mortales, pero es demasiado buena en el ballet y otros tipos de danzas. Si en preescolar hubieran calificado el arte o talento de los niños con sus manitas y los crayones ella habría reprobado y las jirafas se sentirían ofendidas aún hoy en día por la representación de árboles amorfos que Yuuri les daba; sin embargo, es jodidamente buena con las manos si de un instrumento musical se trata.

Los dedos de Yuuri se mueven con rapidez y elegancia sobre las teclas del piano negro, sus ojos cerrados demuestran su familiaridad con la canción y todo en ella parece relajado. La sonrisa dulce que dibujan sus labios es un adorno, un regalo extra para los espectadores.

Que venimos siendo Mila y yo. Escondidos entre las butacas del auditorio mientras mi novia toca como si no existiera nada más en el mundo que ella, el gran instrumento y las partituras.

—Hace mucho que no escuchaba la música de Yuuri. —murmura Mila, ojos cerrados y cabeza ligeramente inclinada a un lado, disfrutando de la melodía. —No conozco esta canción.

—Ella comenzó a componerla el año pasado. La llamó Yuri On Ice, o algo así...

—Yuri, ¿eh? ¿Por tí o por ella? Quizás se dio cuenta de que tu corazón es de hielo y ella...

—¡No molestes, bruja! —mi grito suena fuerte y claro, provocando que la canción pare abruptamente. Casi puedo imaginar las notas deteniéndose en el aire y cayendo estrepitosamente en el suelo para estallar en pequeños fragmentos.

Toda una pena, pienso al levantarme. Estúpida Mila.

—¿Yuri?

Maldigo en voz baja, a Babicheva y a mí por interrumpir a mi novia en sus minutos de paz y tranquilidad. No es que me importe demasiado, pero la expresión dulce en el rostro de Yuuri cuando toca debería ser eterna.

—Si, ah... Lamento interrumpir...

—¡Tocas tan fantástico, Yuuri! —gruño al ver como la aludida salta en su lugar, junto al piano, en el momento que Mila grita y sale de su escondite para empujarme e ir hacia el escenario. —Sabia que tocabas el teclado, pero no el piano... ¿Tiene mucha diferencia?

El vendedor de sueños y la ilusa que los compra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora