8 . Un boludo

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Unas semanas después fui a la avenida que estaba cerca de tu casa, y de la mía. Me metí en una heladería porque hacía un calor horrible, y ahí te vi; no estabas con tu perra, ni tu hermana, ni con quien creía que era tu madre: estabas sola. Tenías puesto el mismo short de siempre y una remera azul. Pensé en hablarte. Pensé, porque no lo hice.

Hice un pedido y esperé a que me lo dieran a tu lado. Esperé inerte a tu lado; me sudaban las manos, estaba re nervioso y ni siquiera sabía porque, quiero decir, solo eras una tipa muy linda. ¡¿Qué digo?! Eras hermosa, sos hermosa y perfecta. Y me habías dejado paralizado mirando tus dedos. Paralizado observando cada uno de tus rasgos, de tus cabellos, de tus pestañas, de tus pequeños y casi imperceptibles lunares, cada una de tus curvas. Lo que sea. Pero en ese momento me dejaste embobado con tus manos, que reposaban finas sobre el mármol del mostrador; no tenías ningún accesorio más que una pulsera de colores veraniegos que iban perfectos con tu color de piel, además, no necesitabas ningún agregado para estar bellísima, para ser bellísima, seguramente desnuda te verías mejor.

No era un pervertido, claro que no, no me atrevía a pensar en tu cuerpo de formas que tu no quisieses, tal vez lo haría si fuese con tu consentimiento, pero sino no.

Pero era la realidad. Seguramente desnuda te verías mejor.

Me miraste de reojo; lo sentí, me desarmó, me desarmaste.

Tomaste el cucurucho de dulce de leche que te habías pedido y te fuiste. Te fuiste indiferente, erguida, segura. Te fuiste y me dejaste paralizado ahí como... Como un boludo, como decimos acá en Argentina.

Y no me dejaste solo, me dejaste tu fragancia; tu deliciosa fragancia.

Una de tus tantas drogas.

-yo

Diciembre 2016

Cartas que definitivamente no te voy a mandarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora