16. Cielo para madrugar

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El cielo era rosa, violeta, celeste, naranja: me hacía acordar a vos. Todas las sensaciones lindas me hacían acordar a vos. Cosas como los amaneceres, los atardeceres, la madrugada con buena música, pasar por altos puentes, el aroma del aire fresco, tirarse en el sillón después de un día agotador o una ducha fría un día de calor.

En ese momento eran las 5.40 de la mañana, mejor dicho, en este momento, pero contaré todo en pasado (no soy muy bueno con todo este tema de las conjugaciones verbales). Y el cielo era precioso, y abrí la ventana para respirar aquel aire matutino que me enamoraba; pero descubrí algo, no era el aire lo que me enamoraba, eras vos. Asomada por tu ventana mirando para arriba, mirando al cielo, mirando el arte del cielo sin darte cuenta de que el arte real eras vos.

Tenías el pelo alborotado, unas ojeras enormes, y reposabas tu cara sobre tus brazos flaquitos. Tenías una remera de musculosa muy escotada y suelta color celeste que te quedaba bien.

Y pensé en quedarme ahí por un rato, mirándote a vos y a tu belleza, pero creerías que era un acosador.

Me recosté en mi cama, luego de escribirte esta carta, y me dormí.

La única razón por la que me había quedado despierto hasta esa hora era para ver el amanecer, porque era de mis cosas favoritas... Y al parecer, de las tuyas también lo era.

-yo

Febrero 2017


Cartas que definitivamente no te voy a mandarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora