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Aquella noche, por órdenes de Dylan, el grupo se quedó en el Árbol Milenial. Era muy arriesgado bajar de la gran maravilla sin un amplio campo de visibilidad, y el simple hecho de pasar por un valle a oscuras, rodeados de criaturas prehistóricas, causaba temor en los Pasajeros presentes.

Su penthouse improvisado y creado a base de la naturaleza, como Dylan le había dicho, tenía varias habitaciones a lo largo de sus múltiples caminos. Max fue el primero en irse a dormir, el haber subido hasta la copa del Árbol lo había dejado exhausto; Miranda, por su lado, se quedó hasta tarde haciendo algunas anotaciones con respecto al lugar, y con ayuda de James, ambos acordaron que el camino del día siguiente hacia el submarino sería más agotador que el de aquél día.

Al final, después de una cena rápida, todos se separaron excepto el líder de los Pasajeros.

James dio un par de vueltas por la gran habitación central para despejar un poco su mente. ¿Dónde estaría Dianne en esos momentos? ¿Estaría bien? ¿Pensando en él? No lo sabía, sin embargo, su mente tenía la oportunidad de imaginar cómo estaría su amiga del otro lado de la Isla, casi.

El hombre se sentó en uno de los banquillos y miró con atención la mesa de piedra con los relojes de todas las dimensiones conocidas hasta el momento. Cada uno sonaba de diferente manera. ¿Se debía a los universos diferentes, o porque eran relojes de distintas marcas?

Después de una hora de no poder dormir, James se dirigió hacia uno de los balcones del Árbol, y se sentó dejando sus piernas colgando a través de los barrotes de madera. No necesitaba encender las luces, ni una linterna, ya que las hojas moradas del Árbol brillaban a tal punto de alumbrar gran parte de su campo de visibilidad.

—Es chistoso —una voz lo sobresaltó.

Se trataba de Dylan. El muchacho caminaba desde la sala de estar. Se había cambiado de ropa, ahora traía unos shorts viejos con algunos agujeros, una playera blanca que le quedaba un poco grande, y unas sandalias viejas.

—¿Qué es chistoso? —preguntó James.

—La primer noche que pase aquí arriba yo tampoco pude conciliar el sueño —dijo el muchacho, sentándose a su lado—. Fue Selina quién lo notó y nos quedamos hasta el amanecer despiertos, platicando.

—¿Qué sucedía?

—Bueno... —murmuró el chico—. Estábamos recorriendo la Isla, intentando descifrar uno de sus miles de misterios. Owen estaba con nosotros, así como mis mejores amigos, Liam y Matt.

—¿Mejores amigos? —James no evitó pensar en los suyos: Cooper y Max.

—Sí.

—No los has mencionado.

—Hay muchas cosas que no he mencionado. —Dylan le guiñó un ojo—. Liam es mi mano derecha, casi, y está en la Nueva Colonia.

—¿Qué hay del otro?

—¿Matt? —Dylan esbozó una sonrisa forzada—. Después de que vencimos a Bill y salvamos la Isla, Matt regresó al mundo real para estar un tiempo con su familia. Eso ya tiene un tiempo.

Recordaba a su amigo con mucho cariño.

—La curiosidad y el miedo era lo que no me dejaban dormir aquella noche —Dylan retomó el tema principal de aquella noche—. Yo tenía la misma mirada que tienes en estos momentos, viejo.

James intentó darse a notar. El muchacho podía tener razón. Tenía miedo, temor, angustia, curiosidad, todo eso combinado en su cabeza dando vueltas desde que había llegado a la Isla. No, desde antes. Desde que aterrizaron en Madrid... desde que los Salvadores le habían hablado, desde toda aquella travesía había dado comienzo.

Travesia [Pasajeros #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora