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Molly. Molly. Molly. Molly. Molly.

Era lo único que podía pensar.

¡Y lo peor! Me odiaba a mí misma por mirarla con ojos de amor, ella pensaría que yo estaba loca. Ya me había visto un par de veces, era tan vergonzoso.

Entonces comenzaron las indirectas, que de cierta forma me divertían y yo las respondía con más indirectas.

Pero, más allá de eso, me quedé sorprendida el día que me dijo:

-Gigi, me gustas. -Estaba sonrojada, tal vez ambas lo estábamos, pero yo me había quedado muda, solo la miraba a los ojos, hasta que pude moverme y la abracé.

Después de unos segundos así, le susurré:

-A mí también me gustas. -Entonces después de dos años y medio de haber hablado por primera vez, por fin éramos algo más que simples amigas.

Los primeros días no podía evitar ponerme nerviosa cuando Molly entrelazaba nuestras manos, pero después me sentí más segura y no me importaba las caras de incredulidad de los demás.

Porque si amas a alguien no debe de importar el resto. O al menos no más que la otra persona.

Cómo conquistar a Molly y no morir en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora