La Bestia

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—¡Ah, ingrato! —le dijo la Bestia con
voz terrible—. Yo te salvé la vida al
recibirte y darte cobijo en mi palacio, y
ahora, para mi pesadumbre, tú me
arrebatas mis rosas, ¡a las que amo
sobre todo cuanto hay en el mundo! Será
preciso que mueras, a fin de reparar esta
falta.
El mercader se arrojó a sus pies,
juntó las manos y rogó a la Bestia:
—Monseñor, perdóname, pues no
creía ofenderte al tomar una rosa; es
para una de mis hijas, que me la había
pedido.
—Yo no me llamo Monseñor —
respondió el monstruo— sino la Bestia

La Bella Y La BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora