Nada que temer

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Disponga, ordene, aquí es usted la reina y señora.

-¡Ay de mí -suspiró ella-, nada deseo sino ver a mi pobre padre y saber qué está haciendo
ahora!

Había dicho estas palabras para sí misma: ¡cuál no sería su asombro al volver los ojos a un
gran espejo y ver allí su casa, adonde llegaba entonces su padre con el semblante lleno de tristeza!

Las dos hermanas mayores acudieron a recibirlo, y a pesar de los aspavientos que hacían para
aparecer afligidas, se les reflejaba en el rostro la satisfacción que sentían por la pérdida de su
hermana, por haberse desprendido de la hermana que les hacía sombra con su belleza y bondad.

Desapareció todo en un momento, y la Bella no pudo dejar de decirse que la Bestia era muy
complaciente, y que nada tenía que temer de su parte.

La Bella Y La BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora