Feo con Buen Corazón

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Al mediodía halló la mesa servida, y mientras comía escuchó un exquisito concierto, aunque
no vio a persona alguna. Esa tarde, cuando iba a sentarse a la mesa, oyó el estruendo que hacía la
Bestia al acercarse, y no pudo evitar un estremecimiento.

-Bella -le dijo el monstruo-, ¿permitirías que te mirase mientras comes?

-Tú eres el dueño de esta casa -respondió la Bella, temblando.

-No -dijo la Bestia-, no hay aquí otra dueña que tú. Si te molestara no tendrías más que
pedirme que me fuese, y me marcharía enseguida. Pero dime: ¿no es cierto que me encuentras muy
feo?

-Así es -dijo la Bella-, pues no sé mentir; pero en cambio creo que eres muy bueno.

-Tienes razón -dijo el monstruo-, aun cuando yo no pueda juzgar mi fealdad, pues no soy más
que una bestia.

-No se es una bestia -respondió la Bella- cuando uno admite que es incapaz de juzgar sobre
algo. Los necios no lo admitirían.
-Come, pues -le dijo el monstruo-, y trata de pasarlo bien en tu casa, que todo cuanto hay aquí
te pertenece, y me apenaría mucho que no estuvieses contenta.

-Eres muy bondadoso -respondió la Bella-. Te aseguro que tu buen corazón me hace feliz.

Cuando pienso en ello no me pareces tan feo.

La Bella Y La BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora