Nuevos Nombres

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Epilogo.

Los chiquillos de mechones rubios miraban asombrados y curiosos a su tía, la castaña les contaba una historia, y ninguno parpadeaba, como si en ese segundo en el que cierran sus ojos fueran a perderse la mejor parte de la anécdota.

­­­­—La boda fue preciosa, sus Papás tenían unos trajes blancos hermosos, y cada uno llevaba una rosa azul en su mano, y la recepción fue aún más bonita, porque...

—Lo sabemos tía, fue cuando la tía Pacifica te pidió matrimonio, nos lo has contado mil veces—La castaña fue interrumpida por la pequeña rubia, rodo sus castaños ojos con dramatismo.

—¡Alice! — Reclamo su gemelo lanzándole una almohada y la niña rodo por el suelo de la sala con dramatismo, Pacifica se acercó a ella con angustia, sin embargo, no le podía pasar nada, la pequeña ya estaba sentada en el suelo cuando su gemelo le lanzó el suave objeto desde encima del sofá—. Arruinaste mi parte favorita...

Alice solo le saco la lengua mientras se acurrucaba como un gatito entre los brazos de su tía, la cual le empezó a trenzar el largo cabello.

—Está bien Al, no había necesidad de ser tan agresivo con tu hermana—. Mabel soltó una carcajada y le restregó una almohada en la cara al pecoso infante de solo siete años.

—Muy bien niños, ya conocen la historia al derecho y al revés, suban a su habitación, sus padres están a punto de llegar, y nos mataran si los ven despiertos a esta hora—Dijo Pacifica y beso la mejilla de Alice, ambos niños salieron corriendo, Alfred no se fue sin antes darle un abrazo a Mabel.

—¿Qué le parece señorita Pines, si comemos algo? —Mabel bajo del sillón y se acomodó entre los brazos de su esposa.

—Me parece muy bien jovencita Noroeste— A la rubia le encantaba llamar a su ahora esposa por su nuevo apellido, y el sentimiento era reciproco.

La pareja se levantó del suelo y se dirigieron a la cocina, en donde sacaron pastel del refrigerador y mientras comían y comentaban cosas de su día, la puerta de la cabaña se abrió de golpe, y las dos se miraron algo confundidas, no se suponía que nadie llegara a esta hora, ya era de madrugada.

La puerta se cerró, y pasos torpes se escuchaban en la entrada, Mabel sujeto un bate que tenía cerca, Pacifica fue detrás de ella, y cuando estaban por salir de la cocina, se escucharon murmullos.

—Para de una vez, me haces cosquillas Bill—El castaño estaba siendo abrazado por su esposo, y recibía besos en el cuello, mientras soltaba pequeñas carcajadas.

—Déjame hacerte mío, Pinetree, ya me provocaste—El más alto le quito la camisa formal que traía Dipper, jugueteando con sus pezones, el castaño no ponía mucha resistencia.

Caminaron con dificultad entre besos, abrazos, y una que otra caricia indefinida. Se tiraron en el sofá, y las mujeres en el marco de la puerta de la cocina no habían dicho nada, solo veían a la pareja entregarse cariño.

—¡Papi! ¡Llegaron! — El pequeño Alfred estaba en las escaleras, con su peluche en la mano.

—Al, no salgas corriendo así—La niña llevaba puestas sus gafas, a su corta edad ya tenía mala vista, y en su mano tenía el quinto diario, que ella misma creaba con su Padre y Tío Ford.

—Pero, oí a Papi hablar con Papá.

—Lo sé, lo s...

—¿Qué hacen ustedes aquí? —El rubio fue el primero en hablar, su esposo estaba en completo shock. — Se suponía que estaban con sus tías.

Mi esclavo, Mi Amor «Editando»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora