Centenares de personas
La tranquila vivienda del doctor Manette estaba situada en un rincón de una calle no muy alejada de la plaza de Soho. Una tarde de domingo, cuando ya las oleadas de cuatro meses habían pasado sobre la causa por traición, y se la llevaron mar adentro, adonde ya no alcanzaba el interés ni el recuerdo de la gente, el señor Jarvis Lorry recorría las calles llenas de sol desde Clerkenwell, donde vivía, para ir a cenar en casa del doctor. Después de varias recaídas en la enfermedad de sus negocios, que lo absorbían a veces por completo, el señor Lorry trabó estrecha amistad con el doctor, y el tranquilo rincón de la calle en que vivía fue, desde entonces, el rincón lleno de sol de su vida.
Aquella tarde de domingo el señor Lorry se dirigía a Soho, muy temprano, por tres razones habituales. La primera porque los domingos en que hacía buen tiempo, salía muchas veces antes de cenar con el doctor y Lucía; la segunda porque, en los domingos en que hacía mal tiempo, tenía la costumbre de permanecer con ellos como amigo de la familia, conversando, leyendo, mirando por la ventana y, en una palabra, pasando el día; y, tercera, porque tenía algunas dudas que le interesaba resolver, y sabía que en ninguna parte podría hallar la solución como en casa del doctor.
Habría sido difícil encontrar en Londres un rincón más bonito que aquél en que vivía el doctor. No lo atravesaba calle alguna y desde las ventanas de la parte delantera de la vivienda se gozaba de la hermosa vista de la calle, que tenía aspecto tranquilo y reposado. Entonces había pocos edificios al norte del camino de Oxford y por allí cerca había bosquecillos y flores silvestres. A consecuencia de eso, el aire era puro en los alrededores de Soho y cerca de allí había una pared muy abrigada y soleada, junto a la cual maduraban los melocotones en su tiempo.
En la primera parte del día aquel rincón estaba alumbrado por la luz del sol, pero cuando se caldeaban las calles, el rinconcito quedaba en la sombra y era como un remanso fresco y agradable, y excelente refugio de las ruidosas vías de la ciudad.
El doctor ocupaba dos pisos de una casa grande y tranquila. En la vecindad, separado por un patio en donde había un hermoso plátano, había un taller de órganos de iglesia y además se cincelaba plata y batía oro un misterioso gigante, cuyo brazo parecía brotar de la pared y ser también de oro, como él mismo se hubiese convertido en este precioso metal y amenazara con igual suerte a todos los que se acercaran. Estas industrias ocasionaban muy poco ruido y salvo el rumor producido por algún vecino o por un guarnicionero que estaba en la tienda, nada venía a turbar la paz y el silencio. De vez en cuando se veía un obrero que cruzaba la calle, a un paseante que descubría aquel rincón o se oía el eco lejano de algún martillazo. Estas eran las excepciones, para probar que la regla era que allí se oyera solamente el piar de algunos gorriones y los ecos que iban a morir en aquel rincón.
El doctor Manette recibía a los enfermos que le habían proporcionado su antigua reputación y el rumor de las desgracias que lo afligieran. Sus conocimientos científicos, su cuidado y habilidad en los ingeniosos experimentos que llevaba a cabo, le dieron cierta fama y ganaba lo bastante para cubrir sus necesidades.
Todo esto lo sabía perfectamente el señor Jarvis Lorry, cuando tiró del cordón de la campanilla de la casa del doctor en aquella hermosa tarde de domingo.
—¿Está en casa el doctor Manette?
—No, señor.
—¿Y la señorita Lucía?
—Tampoco.
—¿Y la señorita Pross?
—Tal vez sí —contestó la criada que, ignorante de las intenciones de la señorita Pross, no se atrevió a contestar afirmativamente.
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Historia de dos ciudades
ClassicsHistoria de dos ciudades transcurre entre Londres y París, durante la época de la Revolución Francesa. Londres simboliza, hasta cierto punto, la paz y la tranquilidad de una sociedad ordenada en donde la vida es relativamente sencilla incluso para...