Capítulo XII

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El caballero delicado

Resuelto ya Stryver a ofrecer aquella fortuna a la hija del doctor, decidió labrar su felicidad antes de salir de la ciudad para disfrutar de las vacaciones. Después de discutir el asunto mentalmente, llegó a la conclusión de que seria preferible llevar a cabo los preliminares cuanto antes y que luego habría tiempo más que sobrado para disponer la boda en Navidad.

No tenía ninguna duda de que tenía ganado el pleito. Era un asunto claro, sin el menor punto débil. Lo expuso ante el jurado, y como la parte contraria no tenía nada que alegar, ni siquiera se retiró el jurado a deliberar, de manera que se dictó sentencia de acuerdo con lo solicitado por el señor Stryver, C. J.

El señor Stryver inauguró sus vacaciones invitando a la señorita Manette a llevarla a los jardines de Vauxhall; habiendo sido rechazada la invitación, le ofreció ir a Ranelagh y como quiera que tampoco fue aceptada esta proposición, se resolvió a presentarse en Soho y allí declarar sus nobles aspiraciones.

Así, pues, salió un día del Temple en dirección a Soho, animado por la alegría infantil que le producían las vacaciones. Como quiera que en su camino se encontró ante el Banco Tellson, y recordando que el señor Lorry era íntimo amigo de los Manette, resolvió entrar en el Banco y revelar al señor Lorry la felicidad que iba a descender sobre Soho. Abrió, pues, la puerta del establecimiento, descendió los dos escalones, pasó por delante de los dos viejos cajeros y se dirigió al despacho del señor Lorry que se sentaba ante una mesa cargada de libros rayados, alumbrado por la luz que pasaba por la ventana enrejada.

—¡Hola! —exclamó el señor Stryver— ¿Cómo estáis?

Una de las peculiaridades de Stryver era la de parecer demasiado corpulento en todas partes, de manera que los dos viejos empleados lo miraron con celo, como si estuviera empujando las paredes.

Contestó el señor Lorry apaciblemente y le estrechó la mano.

—¿Puedo serviros en algo? —añadió en tono oficial.

—¡Oh, no, gracias! Mi visita es puramente particular. Desearía hablaros de un asunto personal.

—¿De veras? —exclamó el señor Lorry.

—Estoy decidido —dijo el señor Stryver apoyando los brazos sobre la mesa— estoy decidido a hacer una proposición de matrimonio a su encantadora amiguita, la señorita Manette.

—¡Caramba! —exclamó el señor Lorry frotándose al mismo tiempo la barbilla y mirando con desconfianza a su interlocutor.

—¿Qué queréis decir con eso? —exclamó Stryver.

—¿Qué quiero decir? —contestó el señor Lorry—. Nada que tenga importancia. Mi exclamación ha sido amistosa y puede significar lo que deseéis. Pero, en realidad, ya sabéis, señor Stryver...— y movió la cabeza de extraño modo, sin atreverse a terminar la frase.

—¡Si os entiendo que me ahorquen! —exclamó Stryver dando un golpe en la mesa con su mano.

El señor Lorry se ajustó bien la peluca y se entretuvo en morder el extremo de una pluma.

—¿Creéis, acaso, que... no soy elegible? —preguntó Stryver mirándolo con fijeza.

—¡Oh, sí! ¡Ya lo creo!

—¿No soy buen partido?

—No hay duda.

—Entonces, ¿qué demonio queréis decir?

—Pues... yo... ¿Adónde ibais ahora? —preguntó el señor Lorry.

—Directamente allí —contestó Stryver dando un puñetazo en la mesa.

Historia de dos ciudadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora