1. Mel

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Nada más cumplir los 18 y terminar selectividad, Mel ya estaba pensando en trabajar, ahora que podía, y así ganarse un dinero extra. Sus únicas vacaciones serían, como siempre, algunos días en la playa algún que otro fin de semana. Aunque este era el conocido como "verano de los 18", "verano sin tener que estudiar", "verano todo el día de fiesta", etc,  Mel no pensaba así. Para ella un verano era, simplemente, un verano, no hacía falta terminar bachillerato para que fuese el Gran Verano. Todo dependía de como se lo tomase cada uno. 

Lo mejor que tenía su plan es que no buscaría trabajo con vistas al mar, como la gran mayoría, sino que lo buscaría en su ciudad, aquella en la que decir 'me voy a la playa' significaba conducir varias horas hasta llegar a la playa más cercana. Al no haber tanta demanda, sería más fácil que encontrar trabajo en la costa. Pasaría más calor, sí, pero siempre le quedaba la piscina de su urbanización y el aire acondicionado de los bares. 

Al cabo de unas semanas encontró trabajo. Lo hizo en unos de esos bares a los que la gente iba con sus portátiles, tablets y móviles a tomarse un café y coger wifi gratis. Le pillaba más o menos cerca de casa, a diez minutos en bicicleta a ritmo de paseo. El uniforme se basaba en unas bambas negras, un vaquero largo negro y una camiseta de mangas cortas blanca. La gente iba bastante a lo suyo: hacían su pedido, pagaban y se iban a una mesa con su portátil. Apenas había problemas con los clientes, era raro que alguno dijese algo más aparte de: ¿cuál es la clave del wifi? Aunque incluso eso era raro, porque solo los que no frecuentaban el bar no sabían que la contraseña venía escrita en el ticket y que cambiaba cada día.

Ahí, en ese ambiente monótono, deshumanizado y tecnológico, era donde empezaban las vacaciones de verano de Mel, y donde querría pasar la mayoría del tiempo después de conocerla a ella.

La chica del barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora