4. Te pillé

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Eran las siete y media de la tarde cuando, tras un largo tiempo, terminaron de atender a todos los que venían a por un café después de lo que solía ser su jornada laboral. Para Mel había sido la hora y media más intensa desde que trabajaba allí. Otra hora y media más y sería libre.

Normalmente el tiempo le daba igual, pero al ser lunes las cosas cambiaban. Sin embargo, aunque el día estaba siendo de lo más agotador decidió disfrutar del tiempo que quedaba y gastar una de sus bromas con Lauren. Llamaron a Hugo y le pidieron que se quedase en caja por si venía alguien, éste sonrío, sabiendo que tramaban algo, y aceptó divertido.

Entre risas, las chicas se fueron a la cocina. Estaba despejado, no se veía a Isaac por ninguna parte. Fueron a la parte más alejada, en la que se encontraba el router. Tenían diez segundos desde que lo desconectasen para salir de allí y ver las caras de todos cuando en sus pantallas leyesen "sin conexión". Estaban preparadas. Le chistaron a Hugo recibiendo dos golpes en la puerta como respuesta: Isaac seguía entretenido. Pulsaron el botón, estaba hecho. Fueron corriendo hacia la puerta que daba al bar, tropezando Lauren en el último momento y casi cayéndose de boca. 

Salieron de la cocina intentando aparentar la máxima seriedad posible, seriedad que se rompió cuando Hugo les preguntó qué había sido ese ruido y Mel empezó a reírse por lo bajo al recordar la cara de pánico de Lauren al ver que se iba a quedar sin dientes. Igualmente, como todos estaban a lo suyo nadie se dio cuenta de las risas que había en el mostrador mientras Mel, en lo poco que quedaba, intentaba contarle a Hugo los hechos. Diez segundos. Mel empezó a hablar más bajito, centrándose más en encontrar al primer desconectado, como solían llamarlos, que en controlar que Hugo no se riese escandalosamente. 

Lauren fue la primera en encontrarlo, lo que significaba que el próximo día cada uno le tenía que invitar a una copa. Tal y como acordaron los primeros días de trabajo. Estaba sentado con unos amigos, y antes de preguntarles si seguían teniendo internet o no, empezó a pulsar el botón de recargar la página repetidamente. Mel, Lauren y Hugo no podían con la cara de circunstancia del chaval. Pobrecito, con lo mono que es y lo buen chaval que parece, pensó Hugo. Al rato le preguntó a sus amigos, a quienes les estaba empezando a fallar la conexión, si tenían internet. 

A partir de entonces, todo marchó como siempre: caras de incertidumbre, miradas entre clientes, ceños fruncidos... Pero esta vez duró poco: El chico que estaba sentado cerca de la morena con la que Isaac estaba hablando le comentó que internet fallaba. Éste dejó de hablar con la chica un segundo para dirigir una mirada al mostrador y hacer que, después de hacer un pucherito, Lauren fuese a la cocina a encender el aparato. Les supo a poco.

Mientras Lauren iba a la cocina, Hugo volvió a su puesto de trabajo y Mel se quedó en el mostrador sonriendo. Notó unos ojos clavados en su cuello y se volvió para encontrarse con unos ojos azules que la observaban. Pertenecían a una chica de piel clara que estaba sentada frente a la morena con la que Isaac seguía hablando. Mel se preguntó si estarían saliendo, llevaban mucho tiempo hablando, se les veía cómodos. La chica desvió la mirada, tomó un sorbo del café que tenía enfrente y siguió a lo suyo. No la había visto llegar, ni siquiera la había visto en el mostrador, la habría atendido Lauren.

Qué pena -se dijo Mel- es muy mona

Se percató de que no tenía ningún portátil ni nada parecido en la mesa, preguntándose qué estaría haciendo. Como si hubiese escuchado lo que pensaba, la chica dejó el libro que estaba leyendo sobre la mesa, se frotó los ojos, encogió una pierna y siguió leyendo a la vez que se bebía el café, que estaba empezando a enfriarse. 

Lauren volvió de la cocina. Fue a contarle algo gracioso a Mel cuando se dio cuenta de que estaba distraída mirando algo cerca de la cristalera que daba al parque. Mel adora ese parque, se dijo Lauren. Pero esta vez no tenía su mirada fija en los árboles, sino en una chica que estaba sentada en una de las mesas pegadas al cristal. Lauren sonrío, era su oportunidad, tenía que asustarla. Le dió un toque en ambos costados a la vez que un bu salía de su boca haciendo que Mel diese un pequeño salto y se llevase la mano al corazón. La chica de rubio platino, que se giró al tiempo que Lauren se acercaba a su compañera y la asustaba, sonrió al ver la reacción de Mel.

Qué sonrisa tan bonita -pensó Mel antes de girarse y encontrarse a su compañera muerta de risa.

- ¿Pero qué haces tía? Me has acojonado -soltó Mel intentando mantener sus latidos a raya. 

- Jajaja vaya cara que has puesto, tendrías que haberte visto. Mira que asustarte es raro eh, se nota que estabas distraída... -dijo Lauren mientras le daba con el codo repetidamente.

- ¿Qué insinúas? Estaba mirando el parque como siempre.

- Sí sí, el parque, pues me gusta la camiseta que lleva puesta el árbol que mirabas.

- Jajaja serás idiota... Oye, ¿tú crees que Isaac está saliendo con la morena? Llevan mucho tiempo hablando...

- ¿Estás celosa? - preguntó Lauren- Ah no, que a ti te gusta la de enfrente - rió.

- Idiota- dijo Mel riéndose.

- No te preocupes, te guardaré el secreto, no se lo diré mañana.

-¿La conoces? 

- Mírala, mírala, está al acecho Jajaja Sí, la conozco, Isaac también, suele venir por las mañanas, pero como me abandonas... pues no lo sabes.

- ¿Que te abandono? Qué fuerte, y ¿qué le hago? Cumplo lo que dice mi contrato.

- Al menos podrías pasar a saludarme, eso no te lo impide el contrato.

-Pero si te veo casi todas las tardes.

- Yo me paso los miércoles y los viernes cuando Hugo y tú seguís aquí trabajando.

- Já, no será porque tu grupo de amigos y tú os juntáis aquí, no. O porque os encanta cuando Hugo se pone a tocar la guitarra en la silla de la atención, tampoco.

- Para nada.

- Jajaja anda que... Vaale, me pasaré alguna que otra mañana.

- Claro, eso ahora que sabes que la rubia viene, qué convenida eres - terminó diciendo Lauren.

Tras un rato en silencio, ambas empezaron a reírse. No podían tomarse en serio ni la conversación ni las caras de indignación que ponían cada vez que se echaban algo en cara. 

Llegó un cliente, obligándolas a ponerse serias. Lauren apretó el brazo de su compañera y fue a atenderlo. Mel, al volver a notar unos ojos clavados en ella, se giró pillando desprevenida a la chica de la camiseta azul oscuro, que volvió a centrarse en su lectura. Te pillé, pensó Mel.

Después todo siguió como siempre, alguna que otra mirada entre las chicas, pero nada fuera de lo normal: los mismos arrogantes y zombies que siempre a los que atender. Le intrigaba, era tan diferente a todo lo que veía en el bar que no sabía cómo había llegado a frecuentarlo. Quería conocerla, pero aunque la volvería a ver alguna que otra vez esa semana, no sería hasta el viernes cuando ambas intercambiasen palabra.

La chica del barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora