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— Vámonos mi amor — dice Peter de repente, mirando mal a Santiago.

Asiento, agarro mi bolso y le doy la mano a Peter.

— ¿Así qué ahora hacés todo lo que te dice ese idiota? — me pregunta Santiago.

— Será mejor que te calles — responde por mí Peter.

— Santiago — comienzo a decir —, no tengo ganas de pelear. Es mejor que todo se quede como esté. No quiero firmar el contrato — dijo dejando los papeles encima de la mesita del salón.

— Ajá Lali, ahora veo que Peter te maneja como una marioneta. Creo que es demasiado manipulador para vos, y vos sos muy boba, una idiota que se deja manejar por un hombre.

Peter se acerca a él y le pega una cachetada:

— ¡Mi novia hará lo qué quiera! Además, esto ya estaba hablado de antes, no hace falta que te metas en nuestros asuntos Mocorrea.

— Me meto en lo que quiero, para ello Argentina es un país libre — dice Santiago dándole un empujón a mi novio.

Frunzo el ceño, agarro a Peter del brazo, cruzo el pasillo tirando de él, y al llegar a la puerta la abro y nos vamos.

— Debería haberle metido un puñetazo.

— ¡No Peter! No más violencia, ¿de acuerdo?

Él baja la cabeza y simplemente llama al ascensor. Subimos y bajamos. Después cruzamos el portal hasta llegar al auto de Peter.

— Tranquilo mi amor, te juro que nunca más voy a volver a hablar con él... te lo prometo.

Él me mira y sonríe:

— No sé cómo pudiste estar con ese idiota.

— Él me ayudo mucho después de mi separación con Mariano, Peter. Mariano me lastimó muchísimo, y al cortar con él yo estaba hecha mierda. Santi me ayudó a estar mejor. Aunque ahora se ha vuelto un estúpido.

— Sí yo tuviera ahora mismo delante a la bosta de Mariano lo aniquilaría.

Río:

— Pero ahora estoy con el príncipe azul de mis sueños, con mi Romeo, con mi peladito hermoso que me cuida y me protege...

Él me mira poniendo carita de perro mojado:

— ¿Crees qué yo te manipulo?

Niego con la cabeza:

— Para nada. Solamente me proteges de que no me ocurra nada malo, mi amor.

Me da un pico y entonces arranca el auto, para regresar a casa... Tardamos bastante en volver ya que hay atasco de autos en la carretera para ir a las afueras de Buenos Aires.

Al llegar salimos del auto y entramos en casa. Willburd nos recibe con mucho cariño, al igual que lo hace siempre. La verdad es que ese perro me adora, casi tanto como su precioso y adorable dueño.

— Ya está acá mamá bebé — le digo mientras le acaricio en la zona que más le gusta.

Como siempre, emite un gruñido amistoso y apoya sus gorditas patas encima de mi rodilla. Peter me mira sonriente mientras deja las llaves de casa y del auto encima del platito para ello que le traje de Tel-Aviv.

— Al final te va a querer más que a mí — comenta riendo.

— De mí se enamoran hasta los perros.

— Espero que no me metas los cuernos con Willburd.

— Obvio que no — digo riendo. Él me levanta del piso y hace que me acerque. Comienza a besarme... después me sube a upa y vamos juntos así hasta la cocina. Sí, hoy lo vamos a hacer en un nuevo lugar...

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Narra Euge:

Aquella noche recordaba viejos tiempos: Rincón de Luz, Casi Ángeles, Floricienta... La verdad que fueron los celos que yo tenía por Lali los que rompieron nuestra amistad. Simplemente fui una estúpida, ella no tenía la culpa de lo que ocurría. Ahora me doy cuenta, de que no somos amigas por una tontería.

Dieron las 11, y entonces fui a avisar a Rufina de que se tenía que ir a la cama. Sí, Rufina siempre había tenido problemas a la hora de dormir, y por eso, tenía que meterla tarde en la cama, porque sino me tiraría hasta 4 o 5 horas para que se durmiera.

Salgo al jardín y enciendo la linterna del celular para divisar dónde está mi budita. Tan solo escucho el ladrido fuerte de Apolo, ni rastro de Rufi:

— ¡Rufi! — grito.

Tal vez se haya escondido para darme un susto... esta nena...

— ¡Rufi! ¡Ya sabes que cuando no me obedeces al día siguiente tenés una hora menos de TV! — grito de nuevo aún más fuerte.

Nadie responde. Apolo se acerca a mí ladrando como loco:

— ¿Dónde está Rufi? — soy idiota preguntándole a un perro —. ¡Rufi! — vuelvo a llamarla.

Con la linterna del celular, camino y así enfoco por todo el jardín, en la pileta, detrás de los árboles... Y ni rastro de Rufina.

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Narra Peter:

Estoy con Lali descansando encima del sofá. Menudas dos horas que hemos pasado desde que hemos venido de casa de Santiago... Completamente agotadoras. De repente, mi celular suena. Atiendo rápidamente para que Lali no se despierte:

— ¡Peter! — grita Eugenia llorando desde el otro lado de la línea.

— ¡Euge! — me incorporo poniendo la cabeza de Lali encima de mi muslo —. ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?

— ¡Es Rufi! ¡Rufi no está!

— ¿Cómo qué no está? — no creo que se haya escapado, ¿cómo va a escaparse una nena de tres años?

— La deje jugando con Apolo en el jardín, y cuando fui a buscarla para acostarla no estaba — dice llorando desconsoladamente.

— Esperá, voy para allá. Vete llamando a la policía.

— ¡Ven pronto!

50 Sombras Laliter (2º Parte) - TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora