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Ahora mismo no puedo callarme, necesito gritar:

— ¡LA PUTA MADRE!

— ¿Qué te pasa mi amor? — me pregunta Peter, con los ojitos medio cerrados, ¡oh no! Se estaba quedando dormido y lo he molestado.

— Tenemos un problema — "Lali, pensá rápido, ¿se lo contás o no se lo contás?" Mi subconsciente está hecho un lío, y yo también. Quiero irme de acá, ahora mismo, y no sé como.

— ¿Qué problema? — Peter abre los ojos de golpe completamente y me mira, parece muy preocupado —. ¿Qué te pasa La?

— La...

— ¿La qué, Lali? — Peter frunce el ceño —. ¿Qué ocurre?

— Mañana te cuento.

— No, me decís ahora, dale.

No estoy lista para contarte... Que no me estoy tomando la pastilla. ¡NO! No te lo puedo contar mi vida...

— Dale Lali.

— ¿Te acordás de...? — no sé ni que excusa meter para que me crea, ¡ay Dios mío!

— ¿De qué cosa?

— Emm de...

— Lali, por favor, dime la verdad — está empezando a enojarse, y mucho. ¡No quiero que se enoje! ¡Peter enojado es horrible!

— La pastilla... De la tensión.

— ¿Tomás una pastilla para regular la tensión?

Asiento con la cabeza. ¿Me creerá?

— Sí, y se me olvido encargártelas el primer día.

— Bueno, si querés mañana, ya podemos volver a casa, mi asesor me ha comentado que ya está todo bien por allí, así que volveremos, irás al médico y te mandarán la pastilla, ¿de acuerdo? Pero debés ser responsable con las medicinas mi amor, no quiero que te pase nada malo.

¿Ser mamá es algo malo? Espero que para él no lo sea.

— Ahora dormí — me acaricia la cabeza y hace que la repose sobre la almohada. Me tapa bien y después él se acuesta al lado.

— Descansa mi vida.

— Igualmente, te amo.

— Yo también te amo.

Me duermo enseguida. Pasan las horas, y duermo plácidamente sin tener ni una sola pesadilla... Y así, llega la mañana siguiente.

Me despierto. Miro el reloj de al lado de la cama, 9:20 a. M. Miro al otro lado, Peter sigue dormido.

Me levanto y salgo corriendo. Me voy al baño, me aseo, me visto y bajo las escaleras, decidida a ir a la casa de nuestra adorable vecina.

Toco en su puerta y ella me abre rápidamente:

— ¡Lali! ¡Qué agradable sorpresa!

— Buenos días — la sonrío a Gilda.

— Pasa, ¿necesitas algo?

— Llamar por teléfono.

— Oh, bien — ambas pasamos y me lleva hasta al teléfono —, ¿querés llamar a tus papis?

Ojalá...

— No, tengo que llamar al médico.

— ¿Te ocurre algo? ¿Te sentís mal? — me pregunta preocupada.

— No, solo tengo que pedir cita para el médico, una visita rutinaria no más.

— Oh, que susto me habías dado. Me alegro de que todo esté bien.

Sonrío. Espero que me deje sola. Espero un par de segundos, pero sigue allí, sonriendo. Cree que voy a hacer algo malo, como robarla algo de la casa o romperla el teléfono. En fin... Marco el número y llamo a mi ginecóloga, la señorita Frank. Y si, es de Nueva York, y me atiende desde la primera vez que fui al ginecólogo.

— ¿Hola? — la aburrida secretaria de la clínica atiende la llamada.

— Hola, quería pedir cita para cuánto antes en el ginecólogo. Para la doctora Frank.

— ¿Pasado mañana, por ejemplo? ¿Miércoles 29 de noviembre?

— Perfecto,y que sea por la mañana.

— A las 11.

— Sí, a las 11, gracias.

— De nada, chau.

— Chau.

Corto la llamada.

— Ya está, gracias Gilda.

— De nada, para eso estoy, para que me pidáis lo que necesitéis.

— Nos iremos dentro de poco, tal vez hoy o como mucho mañana.

— Oh, los extrañaré mucho chicos. Espero que vuelvan muy pronto.

— Obvio, este lugar es muy relajante. Te hace olvidar la rutina, y todas esas cosas peligrosas — sonrío.

Gilda me acompaña a la puerta y me despide. Vuelvo a casa, espero que volvamos a Buenos Aires capital cuánto antes.

Cuando, ya en casa, voy a la cocina, veo a Peter, semidesnudo, tan solo con el bóxer, preparando el desayuno: tostadas, huevos, beicon y café. Todo un desayuno americano perfecto.

— Buen día — le digo apoyándome en el marco de la puerta con una sonrisa encantadora.

— Hola — él se gira. Siempre está tan lindo, hasta desnudo, hasta recién levantado. Sea como sea está hermoso —. ¿Dónde estabas?

— En casa de Gilda, pidiendo cita para el doctor.

— Me había asustado cuando no te había visto a mi lado en la cama.

— Lo siento.

Él me sonríe:

— Pero ahora me alegro de que vos estés bien.

— ¿Nos vamos a ir hoy? — le pregunto acercándome a él por detrás, y abrazándole con los brazos por su cintura.

— Sí, ¿tenés tantas ganas de irte?

— Sí, tengo ganas de ser normal de vuelta. Y también de ver a mi familia.

— Yo también tengo ganas de ver a mi familia. Tengo que contarles varias cosas.

— ¿Lo del casamiento?

Él asiente con la cabeza.

— Mamá va a ponerse feliz cuando se entere de ello, estoy seguro.

— Mi papá va a tener un ataque de celos cuando se entere — río.

— Pero después va a tener que aceptar de que su hija se casa con el mejor hombre del mundo, así que no va a estar nunca mas celoso.

— Después vos serás el celoso cuando tengas una hija, Peter.

Él me mira justo después de terminar de decir esto:

— ¿Vos no tendrás ganas de...?

— ¿De tener un hijo?

Él asiente con la cabeza.

— Aún no...

— Yo ni siquiera me siento listo.

Ahora sí que tenemos dos problemas.

50 Sombras Laliter (2º Parte) - TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora