El ladrón de pinturas

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(parte 1)


Mi teléfono hizo el típico sonido cuando ya sólo le queda un quince por ciento de la batería. Respiré y exhale pesadamente, mis pies dolían de caminar descalzos, pues mis tacones se habían roto en el transcurso de la noche, mi ropa estaba empapada y sucia gracias a un camión que pasó sobre un charco que estaba cerca, en resumen podía decir que había sido la peor cita de todas.

Sin mencionar al patético con quien la había tenido, o sea, ¿De verdad se le ocurre mencionar que su mamá le compró la ropa para esta cita? ¿O qué ya debe irse porque su mamá ya vino por él? ¡Por favor! No quiero ser quisquillosa ni tengo nada en contra de las mamás (pues yo tengo una) pero a eso le llamo una gran falta de madurez e independencia.

Bueno, la verdad es que con esta van siete citas horribles. Y me llego a preguntar si es que habrá alguien interesante y maduro para salir.

Con mi calzado en mano y mis medias casi rotas de la planta del pie me detuve en una parada de autobuses, no vivía muy lejos de donde estaba como para viajar en el autobús pero mis pies ya no daban para más.

Revisé una vez más mi teléfono, dos por ciento.

El transporte aún no pasaba y ya eran más de las ocho y diez minutos. La planta de mis pies comenzó a dar pequeños golpeteos en el suelo con impaciencia, y estando desprevenida, un tipo que venía corriendo tropezó conmigo, cayendo ambos al suelo; lo escuché maldecir bajamente y me asusté pensando que querría robarme.

— ¡Hey tú! — se escuchó más atrás — ¡Vuelve aquí!

Unas palabras soeces se escucharon decir después de eso, él tomó mi mano para escapar juntos. Y yo me preguntaba qué hacía agarrada de la mano de un desconocido que posiblemente era más dañino que el presidente de la república. Las dudas caían una tras otra, mientras recorríamos las calles desoladas corriendo sin haber perdido el contacto de nuestras manos. Paramos al doblar en un callejón oscuro y fue ahí dónde reaccioné ya que el miedo me había consumido por completo.

— ¡Alto! — exclamé mientras soltaba su mano con fuerza. Se detuvo y se acercó al inicio del callejón para verificar que hubiésemos perdidos a nuestro perseguidor. Verifiqué nuevamente la batería de mi teléfono y estaba apagado, ahora no tenía como pedir ayuda a la policía, pues ciertamente no sabía dónde estábamos.

— Parece que ya lo perdimos — dijo, se acercó a la poca luz que entraba al callejón mientras retiraba la capucha con la que cubría un poco su identidad y pude ver su rostro; pálido, apuesto, inverosímil, parecía hecho por alguna divinidad inspirada.

— ¿Lo hemos perdido? — repliqué — ¡pero si era a ti a quién estaba siguiendo!

— Pero choqué contigo, de haberte dejado allí no hubieses acabado bien.

Se sentó, con la espalda apoyada en una pared, me coloqué los tacones pues ahora sí mis jodidos pies estaban molidos y ya no quería seguir descalza.

— Al fin — suspiró sacando de su mochila lo que parecía ser una caja negra, con detalles dorados en los bordes, al abrirla estaban intactas lo que parecía ser unas pinturas de acuarela.

— ¿Las robaste? — Indagué a pesar del miedo que me invadía al estar en un oscuro lugar junto a un secuestra rubias y posiblemente ladrón.

— Yo lo llamo un préstamo, Ino — respondió y me sobresalte ¡sabía mi nombre! Ahora si sentía temblar cada célula de mi cuerpo.

— ¿Cómo sabes mi nombre? — dije tratando de no tartamudear.

Él sonrió, y al verlo así inexplicablemente me sentí en otro lugar.

— Somos compañeros desde hace tres años.

— ¿¡Cómo!?

— Sueles sentarte en las sillas primerizas, al lado de Sakura Haruno, ambas con excelentes calificaciones y un ego algo alto, se podría decir que esa es la razón por la que no se molestan en ver a los de atrás, donde estoy yo.

— ¿Tú... eres compañero mío?

Asintió y se puso de pie, comenzamos a caminar y seguimos hablando sobre el salón de clases, su familia, su vida (todo abreviadamente).

— No entiendo, tienes padres, viven económicamente estables, si es así ¿por qué hiciste lo de hoy? — cuestioné confundida, los nervios ya no estaban y ahora saber que éramos compañeros de clase me hacía sentir más segura.

— No es la primera vez, belleza — dijo y yo me ruboricé — éstas pinturas son especiales.

— ¿Qué tienen de especial?

— Asunto mío.

Hice un mohín y decidí volver a casa, tomaría un taxi porque ahora sí estábamos algo lejos.

— Gracias por lo que hubiese sido de hoy — dije, debía agradecer que hizo que olvidara la pésima cita.

— De nada, fue una interesante cita — respondió para alejarse caminando sin ver atrás.

— Sí... Espera ¿cita?

— Sí — afirmó mientras volteaba a verme y sonreía de una manera peculiar — espero tengamos pronto otra cita.

Acalorada asentí nerviosa, un chico algo raro; directo y sin duda alguna no llevaba a su mamá en este asunto. Simplemente perfecto.

— Hasta la siguiente cita, ladrón de pinturas.

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