Seis

569 25 3
                                    


El miedo es como la familia, que todo el mundo tiene una.
Aunque se parezcan, los miedos son tan personales y tan diferentes, como pueden serlo todas las familias del mundo.
Hay miedos tan simples como desnudarse ante un extraño, miedos con los que uno aprende a ir conviviendo.
Hay miedos hechos de inseguridades, miedo a quedarnos atrás, miedo a no ser lo que soñamos, a no dar la talla, a que nadie entienda lo que queremos ser.
Hay miedos que nos va dejando la conciencia, como el miedo a ser culpables de lo que les pasa a los demás.
Y, también, el miedo a lo que no queremos sentir, a lo que no queremos mirar, a lo desconocido. Como el miedo a la muerte, a que alguien a quien queremos desaparezca.

Soy un 40% miedos, pero el otro 60% está compuesto por motivos y personas por los que superarlos. Y aunque el hecho de robarle a Tonino la clave de la Interpol me aterrorizaba, sabía que no había ninguna otra opción.

Vi el despacho libre y, sin pensármelo dos veces, entré.
Había dejado el papelito encima de la mesa y el ordenador encendido, parecía muy fácil. Saqué un USB y comencé a copiar toda la información, pero iba a tardar unos minutos. Mientras, miraba por la ventana, nerviosa, esperando que no llegara nadie. Fuera estaba Elettra, observándome y, de alguna manera, cubriéndome. De buenas a primeras, Tonino apareció por el pasillo, pero ella estuvo rápida. Dio unos toques en el cristal para avisarme y comenzó a hablar con él.

A partir de ese momento, Elettra Lamborghini se había convertido en mi cómplice. Cerré las cortinas del despacho y le rogué al ordenador que se diera prisa, como si eso fuera posible.
Segundos más tarde, la operación informática de copia acabó. Apareció una ventanilla indicándomelo y, además, me daba la oportunidad de eliminar toda la información original. Acepté, lo que conllevó otro proceso. Me asomé a la ventana y le hice una seña a Elettra para que aguantara unos minutos más.

En cuanto acabó el proceso, saqué el USB con rapidez y, muy silenciosamente, salí del despacho dejando las menos evidencias posibles. Elettra me vio salir y, cuando ya me alejé lo suficiente, finalizó la conversación y salió, casi huyendo, de su padre.
Me miró expectante, queriendo saber si había cumplido mi objetivo. Le sonreí y le piqué el ojo, indicándole que lo habíamos conseguido.

**

No soportaba ver la ansiedad que Daniela tenía encima, estaba muy angustiada y yo me sentía en la obligación de ayudarla, fuera como fuera. Así que, después de entretener a mi padre para que ella pudiera conseguir el dossier que le exigía Alyson, recordé varias cosas que nos habían dicho en la comisaría que sabía que nos serían muy útiles y me puse manos a la obra.
Después, la busqué para ponernos en marcha. Al final la encontré en la sala de tiros.
Concentrada, dio varios tiros en la diana, con la puntería que tanto la caracterizaba. Toqué su hombro para que sintiera mi presencia y se quitara los auriculares.

- Tengo novedades que darte

Ella alzó una ceja, sorprendida.

- Salazar y la gata muerta de Alyson nos sacan ventaja, pero a partir de ahora vamos a jugar con sus mismas armas.

Daniela me miró extrañada, mientras yo ponía sobre una de las mesas el bolso que traía colgado. De ahí saqué unos móviles.

- Teléfonos prepagos, due para ti é due para mí. Son terminales sin registrar, no están domiciliados ni aparecen en ningún listado de clientes. Son indetectables una vez gastada la tarjeta –Expliqué- Tienes mis números guardado, soy "Culo de mula" –Continué sacando cosas de la bolsa, consiguiendo que, cada vez, flipara más- Esto, que parece un bolígrafo, es un perturbador de onda que neutraliza todos los inhibidores del mercado, cuando subas a ese camión seguirás teniendo cobertura –Daniela cogió el aparato y lo miró con curiosidad y asombro- Y sobre todo llegará la señal del satélite –Saqué ahora un pequeño maletín- porque te voy a meter un chip baliza GPS, es como el chip que le ponen a los perros.

Blumettra | LímiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora