Quince

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Si nos da miedo el amor es porque hubo una vez que nos hicieron daño, o incluso dos.
Así que no juzgues a alguien por lo que quiere o deja de querer, porque a lo mejor tiene el corazón echo añicos y unas cicatrices en su piel que no se irán, por mucho tiempo que pase.

El amor es ese tren que no es que no espere, sino que atropella.
Pero es dirigido por alguien por quien te habrías tirado a las vías una y otra vez.
Por eso no vuelve a pasar, porque cada amor mata y la ilusión del siguiente es lo que resucita.
Por eso hay quien dice que si no has muerto por lo menos siete veces en vida, es que no has vivido nada.

Hay que tener un par de cojones y mucho, pero que mucho coraje, para enamorarte.
Porque aquel que te sonríe, es el mismo que una mañana no estará.
Hay que ser valiente para querer enamorarte de alguien, aun sabiendo que será el poema más bonito, pero también el más jodido de escribir cuando todo se apague.
Cuando ella o él, se apague.

Hay que ser un jodido héroe para salvar la sonrisa de alguien cuando está naufragando en lágrimas y todo su mundo se ha reducido a un mar de donde no hay posibilidad de rescate.

Hay que ser un héroe para llegar y decir:
"Mira, no sé si irá todo bien, pero si te ahogas, te prometo que lo haremos juntos".

Eso hice yo con Daniela.
Le prometí que, pase lo que pase, juntas.
Que si saltaba, yo con ella.
Que si le disparaban, yo sangraba.
Que si se quemaba, yo ardía.

Pero no.
No lo cumplí.

Te dirán que el amor solo tiene un final posible y es el olvido.
Pero, ¿sabes qué te digo?
Que Vaffanculo.
Que los olvides tú a ellos.

Huye de quien te diga cómo vivir, porque ni él ni nadie tenemos ni puta idea de cómo hacerlo.
Y arriésgate, porque echar de menos es como si el corazón dijera: "Oye, me rindo, a mí no me jodes más".

Ahora mismo, que acabo de enterrar al amor de mi vida y no he podido hacer nada para evitarlo, siento que mi corazón se ha rendido.
Y no creo encontrar ningún motivo para luchar.

Y como si estuviera escuchando mis pensamientos, mi padre me agarró del brazo y comenzó a caminar junto a mí, sacándome del cementerio.

- Elettra, quiero que me escuches bien. Tienes que saber que todo lo que he hecho en mi vida, todo, lo he hecho pensando que era lo mejor para ti.

¿Sabes cuándo no tienes fuerzas ni para hablar, pero tienes un deseo indomable por gritar todo lo que llevas dentro?
Pues eso.

Sin más, mi padre abrió la puerta del coche con las ventanas tintadas y, casi obligándome a entrar, me dio un pequeño empujón.
Entonces ocurrió.
El corazón me dio un vuelco, las piernas me flaquearon, los ojos se me llenaron de lágrimas y la piel se me erizó.

Era Daniela.
La tenía allí, sentada en el interior de aquel coche, con gafas de sol oscuras. Yo, con la respiración a mil por hora, solo la miré, petrificada. Ella se quitó las gafas y me miró, firme.
No entendía nada, nada.
Mi padre volvió a empujarme y a pedirme que entrara, cerrando rápidamente la puerta.

Ahora sí, Daniela se abalanzó sobre mí, abrazándose a mí y aferrándose como nunca antes había hecho.
Sin embargo, en cuanto sentí sus brazos rodeándome, yo lo único que pude hacer fue llorar y golpearla, con rabia, con desespero, incluso con odio.

- Tranquila, tranquila... -Me susurraba al oído, pero sin soltarme.

Pero no había calma ninguna que pudiera encontrar.
No cuando hacía quince minutos había visto como la enterraban y, ahora, la tenía abrazándome.
No cuando creía que no volvería a verla.

- Lo siento, mi amor. Lo siento, lo siento, lo siento... -Me decía, con la voz rota.

Yo era incapaz de razonar, incluso de escuchar.

Blumettra | LímiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora