La mujer y el amor de mi vida, nunca ha sido menos.
Lo supe cuando vi esos ojos azules, esos ojos que expresan dulzura, amor, humildad, valentía, ternura.
Lo supe cuando se graduó y, esa misma noche, dio su primer beso y los celos me comían por dentro.
Cuando nos dimos cuenta de que había una conexión que iba más allá de lo normal.Lo supe cuando tuvo su primer desengaño amoroso y solo yo estuve ahí para consolarla.
También cuando su padre falleció y verla completamente hundida me dolía incluso más a mí que a ella.
Y, sobre todo, lo supe cuando el miedo de perderla era incluso mayor que el miedo de perderme a mí misma.
Siempre lo supe.
Lo que no sabía es que el tiempo se escapa, corriendo, como el agua entre las manos. Y si quería algo, si la quería en mi vida, debía actuar de una vez por todas y dejar el orgullo de lado.Por eso me encontraba en nuestro restaurante favorito, en una zona alejada de la multitud para mayor tranquilidad y pegada a una ventana, como a ella tanto le gusta. Temblando incluso más que la primera vez que empuñé mi primera pistola y sintiendo que, si ella no llegaba en ese preciso momento, probablemente el mundo dejaría de tener sentido alguno para mí.
Verla entrar más bonita que nunca, me hizo plantearme que, quizás, debería volver a respirar sino me quería morir en ese instante.
A pesar de los temblores de mis piernas, me puse en pie y esperé hasta que se acercara. Teniendo en cuenta lo inestables que pueden ser los tacones en unas piernas temblorosas, esas milésimas de segundo se me hicieron eternas.Cuando por fin tuve esos luminosos ojos en frente de mí, la amplia y radiante sonrisa fue imposible de contener. Le di dos besos y la ayudé a tomar asiento, para, a continuación, sentarme frente a ella.
- Estás preciosa.
Sí, debería haberle dicho eso. Eso y otras miles de cosas más.
Pero estaba nerviosa y totalmente paralizada, mi lengua era incapaz de ponerse en movimiento y la que pronunció esas palabras fue Daniela.- A tu lado es difícil no estarlo.
Alzó una de sus cejas y me miró extrañada, soltando una carcajada después.
- ¿Acabas de llamarme fea?
- ¿Qué?
Repetí las palabras en mi cabeza y entendí el significado que pudo haberle dado, totalmente el contrario al que yo quise expresar.
- Que dicess, que dicess, ¡no! Quise decir que... que...
- Es extraño, ¿sabes?
Esta vez fui yo quien no comprendió, pues acababa de cambiar de tema de repente sin ni siquiera hacerme caso.
Aunque se lo agradecí, pues no sabía muy bien cómo decir todo lo que llevaba dentro.- ¿Qué es extraño?
- Que estés temblando, Eli –Dijo, agarrando una de mis manos- Y que yo esté igual.
No encontré palabras para responderle, solo una sonrisa vergonzosa y una tímida mirada.
- Tengo la intuición de que esta va a ser una gran noche –Dijo, mirando con una tierna sonrisa nuestras manos entrelazadas y, posteriormente, mirándome a mí.
- Yo también.
Terminamos de cenar y salimos del restaurante, ya pasada la medianoche.
Sabía que quería abrirme ante ella y expresarle los sentimientos que tanto tiempo llevaba callando, pero no tenía ningún plan sobre cómo o de qué manera hacerlo.
Quizá eso, precisamente, me llevó a estar un poco más fría de lo normal.